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Comunicaciones

REFLEXIONES SOBRE EL SIDA
José Carlos Escudero
Mensaje enviado a Alames

TRIBUNA DE EXPERTOS: EMILIA HERRANZ, PRESIDENTA DE MÉDICOS SIN FRONTERAS ESPAÑA
Europa Press (España), 18 de julio de 2005

LA IFPMA ENVIÓ UNA CARTA ABIERTA AL G-8 EN APOYO A LA I+D PARA LOS MÁS POBRES
V. V., Correo Farmacéutico, 11 de julio de 2005

SALUD Y AUTOMEDICACIÓN
Eduardo Rodríguez Vaca (Médico-pediatra y Master en Salud Pública)
El Comercio (Ecuador), 4 de abril de 2005
Contribución de Marcelo Lalama

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REFLEXIONES SOBRE EL SIDA
José Carlos Escudero
Mensaje enviado a Alames

[N.E.: José Carlos Escudero es médico, sanitarista y sociólogo, ex Funcionario Sanitario en la Argentina y en la OMS, ex Profesor Titular en la Universidad Autónoma de México. Actual Profesor Titular de la UNLu (Universidad Nacional de Luján), la UNLP (Universidad Nacional de La Plata) y la UBA (Universidad de Buenos Aires), en Argentina].

La irrupción del sida tuvo efectos específicos, pero también puso indirectamente en evidencia dos cosas: la autocomplacencia y las falacias del pensamiento epidemiológico dominante, y la forma desalmada en que el capitalismo moldea las sociedades humanas al final del siglo XX y comienzos del siglo XXI.

Con respecto al pensamiento epidemiológico dominante, existía en él la tranquilizadora idea que, en las enfermedades que afectan al “homo sapiens”, todo iba para mejor: se daba por sentado que la “transición epidemiológica “tenía vigencia, que las enfermedades infecciosas tendían a desaparecer, y que solamente iban a quedar las enfermedades degenerativas y las enfermedades genéticas para acosar a la especie humana. Este falso optimismo se emparentó en su momento con la “teoría de la modernización” del desarrollismo, y más tarde con el “fin de la historia” que proclamaba el neoliberalismo, cuando el “efecto goteo o derrame” que estaba enriqueciendo tan rápido a los ricos y al capital iba a terminar por volcarse a favor de los miles de millones de pobres del planeta, cuyo “coyuntural” empobrecimiento era solamente un breve, lamentable y reversible efecto secundario en un camino venturoso que el capitalismo abría para el bien de todos. No más conflicto, no más lucha de clases o de cualquier otra forma, decían los bien remunerados intelectuales orgánicos del neoliberalismo: tenemos a la democracia legitimando al capitalismo por los siglos de los siglos.

Y vino el sida, para poner instantáneamente en evidencia la fragilidad epidemiológica de los humanos. Un virus de chimpancés muta, contagia a humanos, y de esto resulta una enfermedad pandémica, que afecta a decenas de millones, enfermedad que hasta hace poco no tenía cura y que aun hoy no tiene inmunización. El camino que el sida evidenció ha tenido en los últimos años otros ejemplos intranquilizantes: el SARS primero, y la más reciente y aun más asustadora gripe de las aves. A cada colapso económico nacional por aplicación de las recetas neoliberales – el de Argentina el peor del mundo hasta ahora- puede parearse una nueva enfermedad o la evolución epidémica de una enfermedad conocida pero que rebrota en condiciones masivas de miseria: tuberculosis, paludismo…

Sin embargo no fue aquí sino en el área de la economía política y de la cultura que el sida reveló con más claridad la naturaleza criminal del actual capitalismo planetario, y la acción deletérea de ciertos fundamentalismos ideológicos. La Iglesia Católica bloquea todo lo que puede la difusión de los preservativos, arma suprema de prevención, pero que ¡horror¡ es también un anticonceptivo, y además puede estimular un ejercicio de la sexualidad que vaya mucho más lejos de la muy restringida sexualidad que la Iglesia no considera un pecado. El hipócrita fundamentalismo norteamericano que, en su “guerra total contra las drogas” ha duplicado su población encarcelada en diez años, en su mayoría con presos negros o latinos culpables de tenencia, no de tráfico o lavado financiero. Estos presos o encausados, si votan, lo hacen por el partido demócrata y por este abstencionismo operado por la justicia y la policía Bush ganó el estado de Florida y la presidencia. Esta “tolerancia cero” con el chiquitaje, pero no con los grandes bancos que lavan dinero, ha bloqueado la aplicación de políticas de “reducción de daño” que hubieran disminuido apreciablemente los contagios por sida. Entre las vergüenzas de nuestras relaciones carnales con EE.UU. está la adopción en la Argentina de estas políticas anti redución de daño, que si se están implementando en decenas de países menos retrógrados. Sin embargo, lo peor, lo que más desnuda la realidad, es lo que ha ocurrido en el área de terapéutica del sida. Aquí se transparentó como en pocas otras áreas la contradicción entre la lógica del beneficio capitalista y la lógica humanitaria de salvaguardia de la salud de la gente. Hace unos años comenzaron a aparecer medicamentos que realmente curan el sida, o que mejoran muy significativamente la evolución de la enfermedad. Es la industria farmacéutica mundial la que ha desarrollado estos medicamentos, y los ha patentado. La industria gozó de este monopolio de fabricación durante unos años, y lo aprovechó al máximo, al precio para la humanidad de millones de muertos innecesarios, si el criterio fuera ético y no de rentabilidad. Un año de terapéutica/individuo costaba US$10.000 y quedaba claro que solamente los individuos ricos, los países ricos, o los países semipobres que compraban a la industria y luego repartían gratis los medicamentos – caso de Argentina- podían pagar estas sumas. Algunos países comenzaron a rebelarse, a fabricar ellos mismos los medicamentos y a no reconocer las patentes: Sudáfrica, con una alta prevalencia de enfermedad y con una sociedad a la que le quedó el residuo de la militancia colectiva que derrotó al Apartheid; Brasil, con una industria estatal de medicamentos vigorosa y con un Estado que cautela la salud de su población – comparar las políticas hacia el sida de Cardozo y Lula con las argentinas de Menem y De la Rua nos avergüenza; Tailandia; India. Estos actos de independencia, que son justificables cuando se vive una situación de emergencia sanitaria, y que mayor emergencia que la pandemia de sida, fueron contestados con ferocidad por la industria, en la Organización Mundial de Comercio y en varios países donde la industria es fuerte, empezando por EE.UU. El mismísimo Vicepresidente de EE.UU, Gore, puso en evidencia su papel de correo de la industria viajando a Sudáfrica para intentar convencer a ese gobierno de lo arriesgado de su política… pero Sudáfrica se puso firme, resistió, tuvo éxito, y otros países la siguieron. Un año de terapéutica/ individuo cuesta hoy menos de US$500, lo que revela como pocos otros hechos el carácter usurario de los precios que la industria impuso mientras pudo, y en general la forma en que la búsqueda de beneficio para el capitalismo se asienta, si es necesario, en una montaña de cadáveres.

Esta película sobre sida, sociedad y capitalismo tiene final abierto, a medida que la pandemia de sida crece, que el capitalismo mundial es cada vez más depredador, y que se difunde más el concepto de la salud como derecho humano, por encima de cualquier argumento leguleyo. Esto es profundamente subversivo, y enhorabuena, porque, reflexionemos, si los medicamentos para curar el sida pueden fabricarse a bajo precio y se ofrecen gratuitamente, ¿por qué no son también gratuitos los medicamentos que pueden curar la neumonía de un niño desnutrido, o la hipertensión de un jubilado estresado por la miseria? Sugiero que reflexionemos sobre estas postulaciones, y sobre lo que implican para las políticas de salud.

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TRIBUNA DE EXPERTOS: EMILIA HERRANZ, PRESIDENTA DE MÉDICOS SIN FRONTERAS ESPAÑA
Europa Press (España), 18 de julio de 2005

Un tercio de la población mundial no tiene acceso a los medicamentos, según datos oficiales de la OMS. Actualmente 9 de cada 10 personas de las que mueren a causa de una enfermedad infecciosa viven en un país pobre. Estas muertes podrían evitarse, en muchos de los casos, si se contase con el medicamento necesario o con la vacuna que pudiera prevenir estas enfermedades.

Hay varias razones para que estas personas no tengan acceso a medicamentos, tres de ellas están directamente relacionadas con la industria farmacéutica: la inapropiada producción de medicamentos todavía útiles y necesarios, el alto precio de los fármacos para determinadas enfermedades que causan estragos en estos países y la no existencia de medicamentos o vacunas para enfermedades de alta prevalencia en contextos pobres por falta de investigación y desarrollo (I+D).

Investigar y desarrollar un nuevo medicamento, vacuna o método diagnóstico es un proceso caro y largo. Las compañías farmacéuticas así lo dicen y con seguridad es cierto. También es cierto, aunque este dato es frecuentemente obviado, que muchas de ellas se gastan como media dos veces más en marketing que en I+D aunque el principal argumento para justificar los elevados precios de muchos medicamentos es, precisamente, el alto coste que tiene la I+D de los mismos.

Las empresas farmacéuticas son empresas privadas y como tales buscan beneficios. Estos beneficios derivan de la venta de sus productos y sólo pueden venderlos cuando hay alguien que puede pagarlos. Más del 80% de las ventas de medicamentos se producen en países cuyos habitantes no suman ni el 20% de la población mundial. Pero este escaso 20% es el que tiene el dinero para pagarlos. Ésta es la razón por la que podemos encontrar frecuentes novedades terapéuticas para enfermedades cardiovasculares, metabólicas u oncológicas. Y también la razón por la que las empresas investigan productos para frenar la calvicie, combatir el estrés y la obesidad o mejorar las disfunciones sexuales, problemas todos ellos poco extendidos entre los pobres pero fuente de preocupación entre los que más tenemos.

La falta de producción o escasa producción de determinados medicamentos, como los destinados a tratar la enfermedad de Chagas por ejemplo, responde a la misma lógica de empresa, no interesa producir cuando los destinatarios finales tienen escaso o nulo poder adquisitivo.

Otro de los problemas, los altos precios de los medicamentos, tiene como ejemplo paradigmático la pandemia de sida. Ha habido un descenso de los precios de la mayoría de los antirretrovirales (ARVs) de primera línea en los últimos cinco años. La combinación de tres ARVs ha bajado desde unos US$10.000 (casi 8.300 euros) por paciente y año en 2000 a un mínimo de US$150 (unos 125 euros) en junio de 2005. Algo que aseguraban imposible muchas de las grandes empresas farmacéuticas.

Sin duda la entrada en el mercado de las compañías de genéricos facilitó esta caída de precios. Sin embargo, para aquellos medicamentos que no cuentan con versiones genéricas, la mayoría de los llamados de segunda línea, los precios siguen siendo inalcanzables. Entre 6 y 12 veces más que las combinaciones de primera línea.

Especialmente doloroso es el caso del sida pediátrico. Como apenas hay niños con sida en los países ricos, las combinaciones de ARVs a dosis fijas para los pequeños no existen. No son rentables para las farmacéuticas. Las pocas presentaciones pediátricas que hay de fármacos no combinados son además mucho más caras que las de los adultos. Tratar a un niño puede llegar a ser 4 veces más caro que tratar a un adulto.

Puede ser comprensible desde la lógica del mercado pero resulta moralmente inaceptable que, a pesar del increíble avance científico de los últimos años, sigamos siendo espectadores de tantas muertes evitables en pleno siglo XXI.

Cuando el mercado falla a la hora de cubrir las necesidades de los habitantes del planeta que más sufren el azote de las enfermedades, las empresas farmacéuticas tienen por supuesto su parte de responsabilidad pero ¿y el sector público? Cuando se trata de salvar vidas humanas ¿no sería de esperar que el sector público pusiese todos los mecanismos a su alcance para hacerlo? El derecho a la vida y a la salud, se encuentran entre los derechos fundamentales de todas las personas.

La excusa de que encontrar soluciones es complicado no sirve. Basta el ejemplo de lo que ocurrió en el año 2003 con el SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo o neumonía asiática). El brote de SARS movilizó una cooperación internacional sin precedentes y una asignación de recursos financieros, científicos y políticos sorprendente. En pocas semanas los científicos habían secuenciado el virus y desarrollado e implementado un kit de diagnóstico. Gobiernos de todo el mundo, la OMS y el sector privado movilizaron todo lo necesario para reforzar los sistemas de salud pública de modo que pudiesen hacer frente a esta amenaza. Es sólo un ejemplo de que, cuando hay voluntad, se pueden encontrar soluciones.

Hay enfermedades que también amenazan y matan a muchos millones de personas en zonas amplias del planeta y para las que se echa de menos esta efectiva movilización de recursos. La enfermedad del sueño amenaza a 60 millones de personas en 36 países africanos y provoca anualmente 60.000 muertes. La enfermedad de Chagas amenaza a 100 millones de personas en América Latina y provoca más de 40.000 muertes anuales. Para tratar la tuberculosis, que mata a 2 millones de personas cada año, utilizamos algunos medicamentos que tienen más de 60 años. Para el Dengue, la fiebre de Marburg o el Ébola simplemente no tenemos ningún tratamiento disponible. Olvidar estas enfermedades supone ignorar la existencia de millones de pacientes avocados a morir o a tener una calidad de vida lamentable.

La responsabilidad no puede pasarse de unas manos a otras, todos tenemos algo que poner para solucionar esta tragedia. Los gobiernos y agencias internacionales deben destinar más fondos y más ayuda técnica a los países más golpeados por estas epidemias, deben estimular la innovación médica dirigida a las necesidades de salud de los más pobres. Se necesita un liderazgo político para la definición de las prioridades de investigación, asegurando el apoyo financiero y reduciendo las barreras de regulaciones y de patentes para incrementar así las actividades esenciales de I+D.

La industria farmacéutica debe comprometer más fondos a la investigación de medicamentos, vacunas y medios diagnósticos para enfermedades que son menos comerciales, poner precios equitativos y buscar sus beneficios en el norte, entre aquellos que podemos pagar. Los medicamentos no son un bien de consumo más, son para muchas personas la oportunidad de seguir viviendo de una forma digna.

La sociedad civil también tenemos el derecho y el deber de pedir a nuestros gobernantes mayor compromiso, más fondos para estos países y más ayuda de calidad. Al final, como casi siempre, es una cuestión de voluntad política por parte de todos. Pero no podemos perder mucho más tiempo, para millones de personas esta voluntad es vital, literalmente.

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LA IFPMA ENVIÓ UNA CARTA ABIERTA AL G-8 EN APOYO A LA I+D PARA LOS MÁS POBRES
V. V., Correo Farmacéutico, 11 de julio de 2005

La patronal mundial de la industria (Ifpma, por sus siglas en inglés) no ha querido dejar pasar la oportunidad de la cumbre del G-8 en Gleneagles (Escocia) para recordar en una carta abierta a los países más industrializados que necesitan de su apoyo para garantizar la sostenibilidad de las alianzas públicas y privadas, que están liderando la I+D de nuevas terapias para patologías olvidadas que afectan a países en vías de desarrollo.

"Las intervenciones actuales no alcanzan a toda la población necesitada, y muchas de las políticas necesarias de prevención y curación de enfermedades tienen que ser desarrolladas todavía", indica la Ifpma. Pero la industria sostiene que desde los 90, la creación de alianzas público-privadas ha mejorado considerablemente el panorama de la I+D de estas enfermedades.

Cartera “histórica”
Estas alianzas, añade la Ifpma en su carta al G-8, redactada conjuntamente con organizaciones sin ánimo de lucro, "están integradas por cientos de científicos, institutos de investigación, academia, farmacéuticas y biotecnológicas y están trabajando en el portafolio más sólido de la historia enfocado a las necesidades de salud de los países en desarrollo". Además, "están estimulando la capacidad investigadora de estos países para atender sus retos en salud".

En esta cartera en desarrollo hay actualmente 8 tecnologías de diagnóstico, 45 nuevos fármacos, 8 microbicidas y 50 vacunas en I+D en VIH, malaria, tuberculosis, neumonía, diarrea, así como para patologías menos conocidas (kala-azar y encefalitis japonesa).

Para garantizar el acceso rápido a estas terapias de las personas que las necesitan, dice la patronal, el sector público y privado trabajan en preservar la financiación a largo plazo y en mejorar los recursos sanitarios de los más pobres. "Sin embargo, creemos que los gobiernos pueden y deben hacer más. Impulsando mecanismos como una financiación adecuada y sostenida de las alianzas, avanzando en compromisos de mercado y con otras políticas de cambio. Ustedes, líderes del G-8 pueden incrementar el compromiso del sector privado y dinamizar la I+D".

[N.E.: La carta abierta está disponible en:

www.ifpma.org/News/NewsReleaseDetail.aspx?nID=2995 y la firman Aeras Global TB Vaccine Foundation, Foundation for Innovative New Diagnostics, Global Alliance for TB Drug Development, Institute for OneWorld Health, International AIDS Vaccine Initiative, International Partnership for Microbicides, The PATH Malaria Vaccine Initiative, Medicines for Malaria Venture, AstraZeneca, Bayer Healthcare, Becton Dickinson, Eisai Co., GlaxoSmithKline, International Federation of Pharmaceutical Manufacturers and Associations, National Bioproducts Institute, Novartis, Ranbaxy Laboratories Ltd., Sanofi-Aventis, Serum Institute of India Ltd., Sigma-Tau, Developing Countries Vaccine Manufacturers Network, Global Alliance for Vaccines and Immunisation, Global Fund to Fight AIDS, Tuberculosis and Malaria, Global Forum for Health Research, PATH.]

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SALUD Y AUTOMEDICACIÓN
Eduardo Rodríguez Vaca (Médico-pediatra y Master en Salud Pública), El Comercio (Ecuador), 4 de abril de 2005
Contribución de Marcelo Lalama

Una costumbre inveterada de nuestra población en todos los estratos sociales ha sido la automedicación, se ha mantenido generación tras generación sin percatarse de los peligros para su salud y bienestar. No solo en nuestro país acontece este fenómeno, es generalizado en las naciones en vías de desarrollo y por eso ocurre el aparecimiento de las complicaciones nosológicas de los pacientes. Nunca está por demás insistir que “ningún medicamento está exento de riesgo para la salud”, sobre todo si se toma por cuenta propia y sin la vigilancia médica que es indispensable.

Los variados estudios y encuestas realizados en Quito y en el Ecuador en general, revelan que un 50% de la población se automedican, más las mujeres que los hombres, no importa la clase social, si aconsejaran a los hijos sería criminal e inhumano. La mayor parte de las personas consideran que sus males son pasajeros y toman productos naturales o preparados químicos a su entera discreción, las farmacias les venden sin receta médica, a pesar de la prohibición para muchos medicamentos entre los cuáles están los antibióticos y los antidepresivos, la gente consume todo tipo de analgésicos, antiinflamatorios y vitaminas que se venden libremente en boticas y hasta en los mercados y tiendas de abarrotes, esto no debe permitirse y las autoridades de salud están en la obligación de proteger al consumidor-paciente y vigilar estrictamente el expendio de estos insumos. En Quito hay más de 2000 boticas que no son controladas. Las personas de condición económica baja y una cultura inexistente en este campo, son las que frecuentan estos lugares para adquirir remedios que tomados indiscriminadamente y en dosis inadecuadas repercuten en un grave deterioro de su salud.

El costo de las medicinas, en muchos casos, es exorbitante para el común de los mortales, si a esto se suma el difícil acceso a los hospitales y centros de salud del Estado y la falta de muchos medicamentos básicos, la situación se torna inaguantable. Los que pueden pagar la atención en clínicas privadas son un porcentaje muy pequeño; pese a los seguros médicos, hoy en boga, el resto difícilmente puede abordar una consulta y peor conseguir para comprar las recetas.

Este es un problema médico-social que el Ministerio de Salud Pública tiene que asumirlo con responsabilidad y acciones positivas y urgentes, hace falta una campaña de información sobre los peligros de la automedicación, la resistencia a los antibióticos, los efectos tóxicos, la dosificación adecuada, métodos de prevención de las enfermedades a todos los niveles de la población. Por otro lado, debe obligar a que cada farmacia tenga un profesional químico-farmacéutico competente y que a su vez los empleados del mostrador sean capacitados suficientemente en el difícil campo del expendio de medicamentos, que no manipulen al cliente dándole otro fármaco porque no tiene el que prescribió el facultativo, ellos no están facultados para emitir juicios de valor en un asunto tan delicado.

Si los responsables gubernamentales no toman cartas, la automedicación puede traer consecuencias irreparables. La deuda social tan prometida no se ha comenzado a cumplir y el 70% de la población que es pobre espera con desesperación que su salud física, mental y social sea atendida y no excluida.

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modificado el 28 de noviembre de 2013