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Prescripción

Todo lo que crees saber sobre la depresión ¿Es incorrecto? En este extracto de su nuevo libro, Johann Hari, que tomó antidepresivos durante 13 años, aboga por un nuevo enfoque
(Is everything you think you know about depression wrong? In this extract from his new book, Johann Hari, who took antidepressants for 13 years, calls for a new approach)
Johann Hari
The Guardian, 7 de enero de 2018
https://www.theguardian.com/society/2018/jan/07/is-everything-you-think-you-know-about-depression-wrong-johann-hari-lost-connections?CMP=Share_iOSApp_Other
Traducido por Salud y Fármacos

En la década de 1970, se descubrió accidentalmente una verdad sobre la depresión, una que rápidamente se dejó de lado, porque sus implicaciones eran demasiado inconvenientes y demasiado explosivas. Psiquiatras estadounidenses escribieron un libro describiendo en detalle, todos los síntomas de diferentes enfermedades mentales, para que pudieran ser identificadas y tratadas de la misma manera en todo EE UU. Se llamó el Manual de Diagnóstico y Estadística (DMS). En la última edición, describieron los nueve síntomas que un paciente tiene que tener para ser diagnosticado con depresión, como, por ejemplo, menor interés en el placer o bajo estado de ánimo persistente. Para que un médico concluyera que usted estaba deprimido, tenía que experimentar cinco de estos síntomas durante varias semanas.

El manual se envió a los médicos en todo EE UU y comenzaron a usarlo para diagnosticar personas. Sin embargo, después de un tiempo fueron a los autores y compartieron algo que los estaba molestando. Si siguían esa guía, tenían que diagnosticar a cada persona afligida que acudiera a verlos como deprimidos y comenzar a brindarles tratamiento médico. Si se le muere alguien, estos síntomas aparecerán automáticamente. Los médicos querían saber si, ¿debían comenzar a drogar a todas las personas en duelo en EE UU?

Los autores hablaron, y decidieron que añadirían una cláusula especial a la lista de síntomas de depresión. Nada de esto se aplica, dijeron, si se le ha muerto algún ser querido en el último año. En esa situación, todos estos síntomas son naturales y no un problema de salud. Se llamaba “la excepción del duelo”, y parecía resolver el problema.

Luego, a medida que pasaron los años y las décadas, los médicos de primera línea salieron con otra pregunta. En todo el mundo, se les alentaba a decir a los pacientes que la depresión es, de hecho, el resultado de un desequilibrio químico espontáneo en el cerebro: se debe a la baja cantidad de serotonina o a la falta natural de algún otro químico. No es una consecuencia de la vida, es porque algo no funciona en el cerebro. Algunos médicos comenzaron a preguntar cómo encajaba esto con la excepción de duelo. Si acepta que los síntomas de la depresión son una respuesta lógica y comprensible a un conjunto de circunstancias de la vida (la pérdida de un ser querido), ¿no podría ser una respuesta a otras situaciones? ¿qué tal si pierdes tu trabajo? ¿qué pasa si estás atrapado en un trabajo que odias durante los próximos 40 años? ¿qué tal si estás solo y sin amigos?

La excepción del duelo pareció haber abierto grietas en la afirmación de que las causas de la depresión están selladas en su cráneo. Sugirió que hay causas externas, en el mundo, que había que investigar y resolver. Este fue un debate que la psiquiatría convencional (con algunas excepciones) no quería tener. Entonces, respondieron de una manera simple, eliminando la excepción de duelo. Con cada nueva edición del manual, redujeron el período de dolor que tenían antes de ser etiquetados como enfermos mentales, primero a unos pocos meses y luego, finalmente, a nada en absoluto. Ahora, si su bebé muere a las 10 a. m., su médico puede diagnosticarlo con una enfermedad mental a las 10.01 a.m. y comenzar a drogarlo de inmediato.

La Dra. Joanne Cacciatore, de la Arizona State University, se convirtió en una experta líder en la excepción de duelo después de que su propio bebé, Cheyenne, muriera durante el parto. Había visto a muchas personas afligidas que se les decía que estaban mentalmente enfermas por mostrar angustia. Cacciatore me dijo que este debate revela un problema clave con la forma en que hablamos sobre la depresión, la ansiedad y otras formas de sufrimiento: nosotros, dijo, “no consideramos el contexto”. Actuamos como si la angustia humana pudiera evaluarse únicamente en una lista de verificación que puede separarse de nuestras vidas y etiquetarse como enfermedad cerebral. Si comenzáramos a tener en cuenta las vidas reales de las personas cuando tratamos la depresión y la ansiedad, explicó Joanne, se requeriría “una revisión completa del sistema”. También me dijo que cuando “tienes a una persona con extrema angustia, [tenemos que] dejar de tratar los síntomas”. Los síntomas indican un problema más profundo. Lleguemos al problema más profundo”.

Era un adolescente cuando tragué mi primer antidepresivo. Estaba parada bajo el débil sol inglés, en la puerta de una farmacia de un centro comercial en Londres. La tableta era blanca y pequeña, y cuando la tragué, sentí como un beso químico. Esa mañana había ido a ver a mi médico y le había dicho, agachado, avergonzado, que exudaba dolor incontrolablemente, como un mal olor, y me había sentido de esta manera durante varios años. En respuesta, él me contó una historia. Hay una sustancia química llamada serotonina que hace que las personas se sientan bien, dijo, y algunas personas naturalmente carecen de ella en sus cerebros. Usted es claramente una de esas personas. Ahora, afortunadamente, hay nuevos medicamentos que restaurarán su nivel de serotonina a la de una persona normal. Tómelos, y se sentirá bien. Por fin, entendí lo que me estaba sucediendo y por qué.

Sin embargo, unos meses después de empezar el tratamiento sucedió algo extraño. El dolor comenzó de nuevo. En poco tiempo, me sentí tan mal como al principio. Volví a ver a mi médico, y me dijo que claramente estaba tomando una dosis demasiado baja. Entonces, 20 miligramos se convirtieron en 30 miligramos; la píldora blanca se volvió azul. Me sentí mejor por varios meses. Y luego el dolor regresó una vez más. Mi dosis siguió aumentando, hasta que llegue a 80 mg, donde permaneció durante muchos años, con solo unos pocos descansos cortos. Y aún así el dolor volvió.

Comencé a investigar para mi libro, Lost Connections: Uncovering The Real Causes of Depression- and the unexpected solutions (La Perdida de conexiones: descrubriendo la verdadera razón de la depresión y las soluciones inesperadas), porque me desconcertaban dos misterios. ¿Por qué todavía estaba deprimido cuando estaba haciendo todo lo que me habían dicho que hiciera? había identificado la baja cantidad de serotonina en mi cerebro, y estaba aumentando mis niveles de serotonina; sin embargo, todavía me sentía mal. Pero aún había un misterio más profundo. ¿Por qué había tanta gente en el mundo occidental que se sentía como yo? Aproximadamente uno de cada cinco adultos en EE UU toma al menos un medicamento por un problema psiquiátrico. En Gran Bretaña, las recetas de antidepresivos se han duplicado en una década, hasta el punto en que ahora uno de cada 11 de nosotros nos drogamos para manejar estos sentimientos. ¿Qué ha causando que la depresión y su gemelo, la ansiedad, hayan aumentado de esta manera? Empecé a preguntarme: ¿podría ser que en nuestras cabezas separadas todos tuviéramos problemas químicos en el cerebro que dejaran de funcionar espontáneamente al mismo tiempo?

Para encontrar las respuestas, terminé yendo en un viaje de 40.000 millas a través del mundo y regresé. Hablé con los mejores científicos sociales que investigan estas cuestiones, y con personas que han superado la depresión de formas inesperadas, desde una aldea Amish en Indiana a una ciudad brasileña que prohibió la publicidad y un laboratorio en Baltimore que hacía experimentos asombrosos. De estas personas, aprendí la mejor evidencia científica sobre lo que realmente causa depresión y ansiedad. Me enseñaron que no es lo que nos han dicho hasta ahora. Descubrí que hay evidencia de que siete factores específicos de la forma en que vivimos hoy están causando un aumento en la depresión y la ansiedad, junto con dos factores biológicos reales (como sus genes) que pueden combinarse con estas fuerzas para empeorarlas.

Una vez que aprendí esto, pude identificar un conjunto muy diferente de soluciones para mi depresión, y para nuestra depresión, me habían estado esperando todo el tiempo.

Sin embargo, para entender esta forma diferente de pensar, primero tuve que investigar la vieja historia, la que me había dado tanto alivio al principio. El profesor Irving Kirsch de la Universidad de Harvard es el Sherlock Holmes de los antidepresivos químicos, el hombre que ha examinado a fondo la evidencia de dar medicamentos a personas deprimidas y ansiosas. En la década de 1990, prescribió antidepresivos químicos a sus pacientes con confianza. Conocía la evidencia científica publicada, y estaba clara: mostró que el 70% de las personas que los tomaron mejoraron significativamente. Comenzó a investigar más a fondo y solicitó, a través de la ley de libertad de información, los datos que las compañías farmacéuticas habían estado recolectando en forma privada con estos medicamentos. Estaba seguro de que encontraría todo tipo de otros efectos positivos, pero se topó con algo peculiar.

Todos sabemos que cuando tomas selfies, haces 30 fotos, tiras 29, porque apareces con los ojos llorosos o doble mentón, y eliges la mejor para ser tu foto de perfil de Tinder. Resultó que las compañías farmacéuticas, que financian casi todas las investigaciones sobre estos medicamentos, estaban utilizando esta estrategia al estudiar los antidepresivos químicos. Financiarían un gran número de estudios, descartarían todos aquellos que sugerían que las drogas tenían efectos muy limitados y luego solo publicarían los que mostraran buenos resultados. Para dar un ejemplo: en un ensayo, se administró el medicamento a 245 pacientes, pero la compañía farmacéutica publicó los resultados de solo 27 de ellos. Esos 27 pacientes resultaron ser los que aparentemente se habían beneficiado del medicamento. De repente, el profesor Kirsch se dio cuenta de que la cifra del 70% no podía ser correcta.

Resulta que entre el 65 y el 80% de las personas que toman antidepresivos se vuelven a deprimir en un periodo de un año. Pensé que era anormal por seguir deprimido mientras tomaba estas drogas. De hecho, me explicó Kirsch en Massachusetts, era totalmente típico. Estos medicamentos tienen un efecto positivo para algunas personas, pero es evidente que no pueden ser la solución principal para la mayoría de nosotros, porque aún estamos deprimidos, incluso cuando las tomamos. Por el momento, ofrecemos a las personas deprimidas un menú con solo una opción. Ciertamente no quiero quitar nada del menú, pero me di cuenta, al pasar tiempo con él, que tendríamos que ampliarlo.

Esto llevó al Profesor Kirsch a hacer una pregunta más básica, y se sorprendió el mismo al formularla. ¿Cómo sabemos que la depresión se debe a un bajo nivel de serotonina? Cuando comenzó a profundizar, resultó que la evidencia era sorprendentemente inestable. El profesor Andrew Scull de Princeton, escribiendo en The Lancet, explicó que atribuir depresión a niveles de serotonina espontáneamente bajos es “profundamente engañoso y no científico”. El Dr. David Healy me dijo: “Nunca hubo ninguna base para eso, nunca. Fue solo fue una estrategia de marketing”.

No quería escuchar esto. Una vez que te acomodas en una historia sobre tu dolor, eres extremadamente reacio a desafiarlo. Era como una correa que había puesto en mi angustia para mantenerla bajo control. Temía que, si alteraba la historia con la que había vivido tanto tiempo, el dolor se volvería salvaje, como un animal desencadenado. Sin embargo, la evidencia científica me estaba mostrando algo claro, y no podía ignorarlo.

¿Entónces, qué está sucediendo realmente? Cuando entrevisté a científicos sociales de todo el mundo, desde São Paulo a Sídney, de Los Ángeles a Londres, comencé a visualizar una imagen inesperada. Todos sabemos que cada ser humano tiene necesidades físicas básicas: por comida, agua, refugio y aire limpio. Resulta que, de la misma manera, todos los humanos tienen ciertas necesidades psicológicas básicas. Necesitamos tener sensación de pertinencia. Necesitamos sentirnos valorados. Necesitamos sentir que somos buenos en algo. Necesitamos sentir que tenemos un futuro seguro. Y cada vez hay más pruebas de que nuestra cultura no satisface esas necesidades psicológicas de muchas personas, tal vez la mayoría. Seguí aprendiendo que, de maneras muy diferentes, nos hemos desconectado de las cosas que realmente necesitamos, y esta profunda desconexión está impulsando esta epidemia de depresión y ansiedad a nuestro alrededor.

Veamos una de esas causas, y una de las soluciones y podremos comenzar a ver si lo entendemos de otra manera. Existe fuerte evidencia de que los seres humanos necesitan sentir que sus vidas tienen sentido, que están haciendo algo con un propósito que marca la diferencia. Es una necesidad psicológica natural. Pero entre 2011 y 2012, la compañía encuestadora Gallup llevó a cabo el estudio más detallado que se haya realizado sobre cómo las personas se sienten en donde pasamos la mayor parte de nuestras vidas despiertas: nuestro trabajo remunerado. Descubrieron que el 13% de las personas dice estar “comprometido” con su trabajo: lo encuentran significativo y lo disfrutan. Un 63% dice que “no está comprometido”, que se define como “estar sonambulo durante su jornada laboral”. Y el 24% están “activamente desconectados”: lo odian.

La mayoría de las personas deprimidas y ansiosas que conozco, me di cuenta, están entre el 87% a las que no les gusta su trabajo. Empecé a profundizar para ver si hay alguna evidencia de que esto podría estar relacionado con la depresión. Resultó que, en la década de 1970, un científico australiano llamado Michael Marmot había logrado un gran avance al responder esta pregunta. Quería investigar qué causaba estrés en el lugar de trabajo y creía haber encontrado el laboratorio perfecto para descubrir la respuesta: el servicio civil británico, con sede en Whitehall. Este pequeño ejército de burócratas se dividió en 19 estratos diferentes, desde el secretario permanente en la parte superior hasta los mecanógrafos. Lo que quería saber, al principio, era: ¿quién es más probable que tenga un ataque cardíaco relacionado con el estrés: el gran jefe en la cima, o alguien debajo de él?

Todos le dijeron: estás perdiendo el tiempo. Obviamente, el jefe estará más estresado porque tiene más responsabilidad. Pero cuando Marmot publicó sus resultados, reveló que la verdad era exactamente lo contrario. Cuanto más abajo se clasifica a un empleado en la jerarquía, mayores serán sus niveles de estrés y la probabilidad de tener un ataque al corazón. Ahora quería saber: ¿por qué?

Y fue entonces cuando, después de dos años más estudiando funcionarios públicos, descubrió el factor más importante. Resulta que, si no tienes control sobre tu trabajo, es mucho más probable que te sientas estresado y, lo más importante, deprimido. Los humanos tenemos una necesidad innata de sentir que lo que estamos haciendo, día a día, es significativo. Cuando estás controlado, no puedes crear significado en tu trabajo.

De repente, la depresión de muchos de mis amigos, incluso aquellos con trabajos que parecerían que fueran atractivos, que pasan la mayor parte de su tiempo despiertos sintiéndose controlados y poco apreciados, comenzó a verse no como un problema con sus cerebros, sino como un problema con sus entornos. Hay, descubrí, muchas causas de depresión parecidas. Sin embargo, mi viaje no fue solo para encontrar las razones por las que nos sentimos tan mal. Lo importante era descubrir cómo podíamos sentirnos mejor: cómo podemos encontrar antidepresivos reales y duraderos que funcionen para la mayoría de nosotros, más allá de los paquetes de píldoras que se nos han ofrecido como el único elemento del menú para personas deprimidas y ansiosas. Seguí pensando en lo que el Dr. Cacciatore me había enseñado: tenemos que lidiar con los problemas más profundos que están causando toda esta angustia.

Encontré el comienzo de una respuesta a la epidemia de trabajo sin sentido: en Baltimore. Meredith Mitchell solía despertarse cada mañana con su corazón acelerado por la ansiedad. Odiaba su trabajo de oficina. Así que dio un paso audaz, uno que mucha gente pensó que era una locura. Su esposo, Josh, y sus amigos habían trabajado durante años en una tienda de bicicletas, donde se les ordenaba y constantemente se sentían inseguros. La mayoría de ellos estaban deprimidos. Un día, decidieron montar su propia tienda de bicicletas, pero querían organizarla de forma distinta. En lugar de tener un tipo encima dando órdenes, montarían una cooperativa democrática. Esto significaba que tomarían decisiones colectivamente, compartirían los mejores y peores empleos y que todos, juntos, serían el jefe. Sería como una tribu democrática ocupada. Cuando fui a su tienda, Baltimore Bicycle Works, el personal explicó cómo, en este entorno diferente, su depresión y ansiedad persistentes habían desaparecido por completo.

No es que sus tareas individuales hubieran cambiado mucho. Arreglaban bicicletas antes; arreglan bicicletas ahora. Pero habían satisfecho las necesidades psicológicas no satisfechas que los hacían sentir tan mal, dándose autonomía y control sobre su trabajo. Josh había visto por sí mismo que las depresiones son muy a menudo, como él dijo, “reacciones racionales a la situación, no algún tipo de ruptura biológica”. Me dijo que no hay necesidad de dirigir negocios en cualquier lugar a la antigua, de forma humillante y deprimente: podíamos hacerlo juntos, como cultura, los trabajadores controlando sus propios lugares de trabajo.

Con cada una de las nueve causas de depresión y ansiedad que aprendí, recibí enseñanzas sorprendentes y argumentos como este que me obligaron a pensar de manera diferente. El profesor John Cacioppo de la Universidad de Chicago me enseñó que estar completamente solo es tan estresante como ser golpeado en la cara por un extraño, y aumenta enormemente el riesgo de depresión. El Dr. Vincent Felitti en San Diego me mostró que sobrevivir un trauma infantil grave hace que tengas un 3.100% más de probabilidades de intentar suicidarte de adulto. El profesor Michael Chandler de Vancouver me explicó que si una comunidad siente que no tiene control sobre las grandes decisiones que la afectan, la tasa de suicidios se disparará.

Esta nueva evidencia nos obliga a buscar un tipo de solución muy diferente a nuestra crisis de desesperación. Una persona en particular me ayudó a descubrir cómo pensar sobre esto. En los primeros días del siglo 21, un psiquiatra sudafricano llamado Derek Summerfeld fue a Camboya, en un momento en que los antidepresivos se estaban introduciendo allí. Comenzó a explicar el concepto a los médicos que conoció. Escucharon pacientemente y luego le dijeron que no necesitaban estos nuevos antidepresivos, porque ya tenían antidepresivos que funcionaban. Supuso que estaban hablando de algún tipo de remedio a base de hierbas.

Les pidió que explicaran, y le hablaron de un agricultor que conocían que cultivaba arroz, cuya pierna izquierda había sido destruida por una mina terrestre. Llevaba una prótesis, pero se sentía constantemente ansioso por el futuro y estaba desesperado. Los médicos se sentaron con él y hablaron sobre sus problemas. Se dieron cuenta de que, incluso con su nueva extremidad artificial, su antiguo trabajo, en los arrozales, lo dejaba constantemente estresado y con dolores físicos, y esto hacía que simplemente quisiera dejar de vivir. Entonces tuvieron una idea. Creían que, si se convertía en un productor de productos lácteos, podría vivir de manera diferente. Y le compraron una vaca. En los meses y años que siguieron, su vida cambió. Su depresión, que había sido profunda, desapareció. “Ya ve, doctor”, le dijeron, la vaca era un “antidepresivo”.

Para ellos, encontrar un antidepresivo no significaba encontrar una forma de cambiar la química de su cerebro. En primer lugar, significaba encontrar una forma de resolver el problema que causaba la depresión. Podemos hacer lo mismo. Algunas de estas soluciones son cosas que podemos hacer como individuos, en nuestras vidas privadas. Algunos requieren cambios sociales más grandes, que solo podemos lograr juntos, como ciudadanos. Pero todos ellos requieren que cambiemos nuestra comprensión de lo que realmente son la depresión y la ansiedad.

Esto es radical, pero no es, descubrí, una posición inconformista. En su declaración oficial para el Día Mundial de la Salud de 2017, las Naciones Unidas revisaron la mejor evidencia y concluyeron que “la narrativa biomédica dominante de la depresión” se basa en un “uso sesgado y selectivo de los resultados de la investigación” que “debe abandonarse”. Necesitamos pasar de “centrarnos en ‘desequilibrios químicos'”, dijeron, a centrarse más en “desequilibrios de poder”.

Después de aprender todo esto, y lo que significa para todos, comencé a anhelar la capacidad para retroceder en el tiempo y decirme como adolescente cuando me contaron una historia sobre mi depresión que me llevó en la dirección equivocada durante tantos años. Quería decirle: “Este dolor que sientes no es una patología. No es locura. Es una señal de que sus necesidades psicológicas naturales no están satisfechas. Es una forma de dolor, para usted y para la cultura en la que vive que va tan mal. Sé lo mucho que duele. Sé lo profundo que te afecta. Pero necesitas escuchar esta señal. Todos necesitamos escuchar a la gente que nos rodea enviando esta señal. Te está diciendo lo que está yendo mal. Te está diciendo que necesitas estar conectado de muchas maneras profundas y conmovedoras, y que aun no lo estás, pero puedes estarlo algún día”.

Si está deprimido y ansioso, no es porque sea una máquina con partes defectuosas. Es porque eres un ser humano con necesidades no satisfechas. La única forma real de salir de nuestra epidemia de desesperación es que todos nosotros, juntos, comiencemos a satisfacer esas necesidades humanas, para tener una conexión profunda, con las cosas que realmente importan en la vida.

Este es un resumido editado de Lost Connections: Uncovering the Real Causes of Depression – and the Unexpected Solutions (Conexiones perdidas: Descubriendo las Causas Reales de la Depresión – y las Soluciones Inesperadas) de Johann Hari, publicado por Bloomsbury el 11 de enero (£ 16.99).

creado el 4 de Diciembre de 2020