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Otros Temas de Ética

Bioeticista trabaja en un laboratorio de técnicas biológicas avanzadas para asegurar que no se cometen violaciones éticas
Sharon Begley
Statnews, 23 de febrero de 2017
https://www.statnews.com/2017/02/23/bioethics-harvard-george-church/
Resumido y traducido por Salud y Fármacos

Los jóvenes científicos tenían una pregunta. Estaban trabajando con embriones de ratón y habían disuelto todas sus células vivas utilizando sustancias químicas. Hasta ahora, todo está bien, pensó la bioeticista, mientras escuchaba su presentación en una reunión de laboratorio de la Escuela de Medicina de Harvard.

Los científicos estaban sembrando células madre humanas en andamios (scaffolds, Nota del Editor: también se puede traducir como matriz extracelular) de ratón. Se esperaba que esas células se convirtieran en células hepáticas humanas y tal vez en un mini hígado humano; y en células de riñón humano y quizás en mini riñones humanos; y en células de corazón y cerebro humano…

Un momento.

Jeantine Lunshof insiste en que no es la “policía de la ética”. Eso es lo que pone en la puerta de su diminuto despacho de Harvard. No encuentra razones para impedir que los experimentos prosigan ni trata de identificar desviaciones de las directrices éticas. Pero Lunshof dijo que cuando asiste dos veces por semana a las reuniones donde los científicos discuten sus investigaciones comenta: “Diría que quizás esto plantea algunas cuestiones interesantes”.

No faltan ” preguntas interesantes” para Lunshof, quien durante los últimos tres años ha estado inmersa en el laboratorio de biología sintética de George Church, un visionario entre cuyos proyectos se incluyen el intentar resucitar al mamut lanudo y “escribir” el genoma humano desde el principio. Church también es famoso por argumentar que es éticamente aceptable editar los genomas de los embriones humanos para aliviar el sufrimiento de forma segura y animar a la gente a publicar la secuencia completa de su genoma, condenando su privacidad.

En el laboratorio de Church, Lunshof dijo a STAT, “tienes conversaciones increíblemente interesantes”.

El rápido avance de la genómica y de la biología de células madre está forzando a los investigadores a confrontar dilemas éticos que parecen directamente salidos de la ciencia ficción. El poder de crear organismos con células, tejidos e incluso órganos de diferentes especies, que se conoce como quimera (chimera), plantea preguntas difíciles: ¿Cuál es el estado moral de un cerebro humano alimentado con un corazón y un sistema circulatorio rudimentario, todo en un andamio (scaffold o matriz extracelular) de ratón? ¿Puede sentir dolor? ¿Para empezar, no debería crearse? La edición del genoma presenta otros retos: ¿Dónde comienza el tratamiento y las mejoras innecesarias? Editando el genoma ¿podría evitarse el enanismo, por ejemplo, o ir un poco más lejos y crear una futura estrella del baloncesto americano? ¿Cómo debe la sociedad equilibrar valores que compiten entre ellos como la autonomía, la libertad de los padres para hacer todo lo posible por sus hijos, y la justicia, como evitar la creación de clases: los que tienen buenos genes y los que no los tienen?

“George va muy por delante de todos los demás” en el tipo de experimentos que emprende, dijo John Aach, científico del laboratorio de Church que trabaja en estrecha colaboración con Lunshof. “Ella ayuda a que vayan un poco más lentos, a la par del resto del mundo. De lo contrario, George podría hacer algo indebido. Es fácil equivocarse y armar un lío. Jeantine monitorea las cosas desde el punto de vista bioético a medida que la ciencia avanza”.

El papel de Lunshof es inusual, si no único. Los que hacen investigación en genética “solicitarán que un bioeticista participe en un proyecto de investigación o en una consultoría, pero es muy poco frecuente, si es que hay algún otro caso, que un laboratorio de genética tenga a un bioeticista de tiempo completo,” dijo Brendan Parent, bioeticista de la Universidad de Nueva York. Ni él, ni otros en su campo conocen otros casos. En cambio, los bioeticistas y biólogos suelen interactuar en comités convocados por universidades, organizaciones científicas o el gobierno.

En cambio, Lunshof no sólo es coautora de documentos con Church y sus colegas, sino que también ayuda a redactar protocolos para los experimentos vanguardistas que se realizan en el laboratorio. Al estar presente en su creación, puede detectar los problemas éticos antes de que el laboratorio se tropiece con ellos.

“Jeantine me proporciona tranquilidad”, dijo Church. “Pienso mucho más en los problemas para la sociedad” que la investigación del laboratorio podría suscitar. “Participa desde que empezamos a pensar en experimentos”, añadió, y por ella “hablamos de [bioética] antes que la mayoría de los grupos. Jeantine no tiene miedo de enfrentarse a los temas que aborda”.

Los beneficios de esta colaboración van más allá de Church y su laboratorio. Lunshof, al observar como emerge la nueva biología en tiempo real, ha desarrollado nuevas formas de pensar en bioética, aportando a su campo y al mundo que está fuera del laboratorio la oportunidad de luchar para mantenerse al día.

“No vayas por ese camino”.

Suele ser en las reuniones de laboratorio que se realizan todos los lunes y jueves por la tarde donde Lunshof normalmente se entera de qué va a tener que añadir a su lista de tareas pendientes. Los cerca de 50 científicos actualizan a Church sobre su investigación y otros ofrecen comentarios. Las filas de sillas suelen estar llenas. Lunshof, en traje típicamente casual de laboratorio, rara vez hace preguntas, pero toma notas y se fija en las personas con las que tendrá que dar seguimiento a algún tema.

Esta semana, los investigadores discutieron planes para hacer “pruebas cognitivas” en los participantes en un proyecto donde se secuencian genomas. Las orejas de Lunshof se alzaron.

Combinar la genética y la inteligencia se ha considerado durante mucho tiempo como zona de peligro, en gran medida porque los métodos para medir la inteligencia son imprecisos y están moldeados por la cultura dominante, como han demostrado las décadas de debate sobre los tests de coeficiente intelectual (CI). Las pruebas no miden la “cognición”, y mucho menos la inteligencia, dijo Lunshof durante la reunión, argumentando que era mejor “mantenerse alejados de vincular el genoma con la cognición o el CI”. Exhortó a los científicos a ser más precisos al describir lo que miden las pruebas: la velocidad de procesamiento mental. “Corrigiendo más tarde las cosas diciendo: ‘No, no estamos midiendo el coeficiente intelectual, realmente no lo hacemos’, es muy difícil”, dijo.

“Cuando siento que algo es problemático, me siento completamente libre de decir, ‘No vayas por ese camino'”, dijo Lunshof en una entrevista. Ella no recibe salario de Harvard. Nacida y formada en los Países Bajos, es profesora asistente en el Centro Médico Universitario de Groningen y recibió una beca Marie Curie para trasladarse a Boston y trabajar en el laboratorio de Church.

“Nadie en el laboratorio me presiona para legitimar nada o para estar de acuerdo con lo que están haciendo”, dijo. “Siempre estoy alerta para identificar cuestiones que podrían involucrar áreas delicadas”.

La colaboración de Lunshof con Church comenzó en 2006. Fue el inicio del Proyecto Personal Genome, un esfuerzo para secuenciar el genoma completo de las personas y extraer los datos para vincular la genética a la salud. Church estaba causando consternación al proponer que la gente hiciera público su genoma y su historia de salud.

“Mi primera reacción fue, esto es totalmente loco”, recordó Lunshof. “El anonimato y la confidencialidad eran centrales en todo lo que hacemos en la ética biomédica”.

Pero entonces ella pensó ¿y si Church tiene razón? Él mantenía que era imposible garantizar que una muestra de ADN permaneciera anónima (y en el 2013 le dieron la razón). Entonces ¿por qué no acabar con ese cuento desde el principio, y en lugar de hacer falsas promesas de anonimato, decirle de entrada a los voluntarios que cualquiera podría saber quiénes son?

Lunshof había estudiado filosofía y lengua y cultura tibetanas en la universidad, luego escribió una tesis doctoral sobre cuestiones éticas en genómica. También tiene una licenciatura en enfermería y trabajó en el Netherlands Cancer Institute de Amsterdam. En 2006, se encontró con el sitio web de PGP y envió un correo electrónico expresando su interés. Church respondió en cuestión de horas y así surgió su asociación.

Juntos, desarrollaron una nueva forma de consentimiento del paciente para el Proyecto de Genoma Personal. Llamado “consentimiento abierto”, fundamentado en principios nuevos para la bioética de la investigación genética. El consentimiento dice a los participantes que no tendrán privacidad ni confidencialidad. En cambio, hace hincapié en valores como la reciprocidad (los científicos y los voluntarios interactúan como iguales) y la veracidad. Lunshof también defiende el concepto ético de ciudadanía, incluyendo que científicos calificados puedan acceder a datos genéticos personales para ayudar a avanzar a la medicina y aliviar el sufrimiento humano.

“Dado el avance en genética y genómica, tuvo sentido abandonar la idea tradicional de confidencialidad médica”, dijo Lunshof, “o al menos que no fuera el tema central”.

Esta fue una opinión minoritaria. Los Institutos Nacionales de Salud, uno de los principales financiadores del laboratorio de Church, “no estaban dispuestos a aceptar la idea de que la privacidad genética fuera violable”, dijo Aach. “Y la comunidad de interesados en genética se fue en dirección opuesta, diciendo que tenemos que tomar medidas para proteger la privacidad”, una tarea enorme y costosa.

Con el desarrollo del consentimiento abierto, el Proyecto de Genoma Personal despegó, y ahora tiene más de 5.000 participantes solamente en los EE UU.

El debate ético en torno a la genómica se intensificó con la publicación de un artículo en 2012 sobre CRISPR, la revolucionaria tecnología nueva de edición de genomas. Cuando más tarde durante ese mismo año Church y su equipo obtuvieron CRISPR para editar los genomas de las células humanas, ellos y otros rápidamente enfrentaron dos dilemas: ¿Debería utilizarse CRISPR para “mejorar” la herencia genética de la gente? ¿Debe usarse para editar los genomas de óvulos humanos, esperma o embriones tempranos, produciendo cambios que podrían ser heredados por descendientes y, tal vez, por generaciones de bebés de diseño?

Durante mucho tiempo, muchos científicos y especialistas en ética, han tenido una posición negativa entorno la edición de la línea germinal y la mejora genética. Lunshof tenía otras ideas.

“Desde el punto de vista de la bioética”, dijo a STAT una tarde en un café de la Escuela de Medicina de Harvard, “las razones por las que alterar los genes [para mejorar] es por definición poco ético. Algunos filósofos han sostenido consistentemente que existe el deber de” por lo menos considerar la mejora genética.

En el mundo real, “los futuros padres deciden utilizar – o no utilizar – las tecnologías reproductivas”, argumentó Lunshof, y esto podría un día incluir la edición de la línea germinal del genoma.

Esto refleja el tipo de reflexión ética con que enfrenta los enigmas éticos que intenta descifrar. A veces, dos valores básicos están en conflicto. En el caso de la edición y mejora de la línea germinal, la autonomía de los padres (para hacer elecciones reproductivas) podría enfrentarse a la idea de que todos los niños tienen derecho a un mismo comienzo en el mundo. Pero este último principio se cumple con menos frecuencia que se viola, dice Lunshof, y por lo tanto no debe superar el principio de la autonomía de los padres.

La semana pasada, un informe de la Academia Nacional de Ciencias y de la Academia Nacional de Medicina abrió la puerta a la edición de la línea germinal. Se opuso a la mejora, pero dijo que la diferencia entre lo que es mejora innecesaria y terapia es confusa. Lunshof los retó: “Los criterios de lo que constituye terapia y lo que es ‘mejora innecesaria’ son flexibles”, escribió hace dos años.

Si bien la edición de la línea germinal incita muchas pasiones, sus efectos serían pequeños: requiere fecundación in vitro, por lo que pocos padres la usarían (a menos que el sexo reproductivo siga el camino de los teléfonos móviles). Otros usos de CRISPR podrían ser más consecuentes. Uno podría alterar los ecosistemas. El llamado “gene drive o unidad génica”, es una tecnología para editar los genomas de un organismo de forma que todos los descendientes hereden el cambio, en lugar de los patrones de herencia habituales.

Como los científicos del laboratorio de Church y de otras partes involucraron al público en conversaciones sobre pruebas con “gene drives” en poblaciones silvestres de ratones o mosquitos, Lunshof planteó una nueva pregunta bioética: Si una comunidad “bioneer” acepta la experimentación con gene drives, podría ocasionar que gente en otros lugares también lo aceptaran, dijo. “¿Cuál sería la responsabilidad moral de esta comunidad por las intervenciones genéticas que fracasen en otras partes?”

No se aplica ninguna regla
La posibilidad de sembrar células madre humanas en andamios de embriones de ratón, y la posibilidad de crear un cerebro humano funcional, si bien muy pequeño, ha generado una multitud de problemas éticos que han sido más difíciles de navegar. Cultivaría órganos humanos -dijo Lunshof-. “Mi pregunta era, ¿y si funciona?”

No parecía haber ningún gobierno ni otras reglas en contra. Se supone que los científicos que usan células madre de embriones tienen que obtener permiso del Comité de Supervisión de Investigación con Células Madre (ESCRO), que muchas universidades donde se hace investigación han establecido. Pero el laboratorio de Church propuso utilizar células madre producidas a través de un proceso de reversión de células adultas a un estado embrionario. Y aunque hay reglas que prohíben la creación de quimeras humanas, no estaba claro si esta cosa sería una quimera: no sería una entidad viviente, aunque podría tener células humanas vivas o incluso órganos. Parecía que no había burocracia para detener el experimento.

Lunshof pasó horas con los dos científicos que planeaban el experimento. “Ella sensibiliza al laboratorio a las cuestiones éticas, incluso cuando no saben a qué deben ser sensibles”, dijo Aach. Ella propuso preguntar al comité ESCRO. Church estuvo de acuerdo. El comité decidió que el experimento no violaba ninguna directriz conocida, pero le pidió que los mantuviera informados a medida que avanzaban los experimentos.

Como sucede, los experimentos no funcionaron y el laboratorio siguió adelante – y se encontró con otro enigma ético.

Esta vez, el estudiante postdoctoral Eswar Iyer estaba usando un proceso llamado micropatterning para crear superficies especiales en diapositivas de cristal. Sobre ellas, las células madre humanas formaron una pequeña colonia con forma precisa que se diferenció en uno u otro órgano.

Iyer describió este trabajo en una reunión de laboratorio de 2015. Dos frases llamaron la atención de Lunshof: “características embrionarias” y “generación de organoides cerebrales”.

Surgía de nuevo el dilema del ratón des-celularizado, pero en láminas de cristal en lugar de andamios de ratón, y, de nuevo, no parecía que hubiera ninguna regla que esclareciera el asunto. Hay prohibiciones federales contra permitir el desarrollo de un embrión más allá de cuando se forma una estructura llamada rasgos primitivos (primitive streak), que sucede en el décimo quinto día después de la fertilización. En ese momento, el embrión ya no se puede dividir (en gemelos) y por lo tanto se suele considerar como “individuo moralmente significativo”. Pero las células humanas o tejidos que se desarrollan en las superficies nunca forman rasgos primitivos (primitive streak); sólo los embriones enteros lo hacen.

La pregunta, dijo Lunshof, fue: “¿Cuál es el umbral en que una entidad sintética está suficientemente cercana a un embrión para que se deban considerar las mismas preguntas morales?”

Esa pregunta era todavía más importante en el caso de los organoides cerebrales, mini-cerebros primordiales que son aún más realistas y “mucho más parecidos a los embriones”, dijo Church.

Los organoides cerebrales tampoco están contemplados en la regulación de la investigación con embriones, dijo Lunshof, “pero sabemos que estamos haciendo cosas que plantean las mismas cuestiones éticas que inspiraron la reglamentación”, como cuando comienza la vida humana, cuando algo tiene estatus moral, y – puesto que esto es tejido cerebral – si es sensible.

Después de la reunión del laboratorio, Iyer se dejó caer por su oficina. La visita que esperaba que fuera de 10 minutos duró dos horas y media. Lunshof no sólo le pidió que explicara cada detalle de cada diapositiva que había mostrado. Su conversación también incluyó temas de filosofía occidental y oriental (Iyer es hindú), especialmente las opiniones sobre cuándo comienza la vida. Estuvieron de acuerdo en seguir hablando.

Lunshof entregó a Church un resumen de la discusión, comenzó a buscar documentos académicos que pudieran aportar ideas sobre un territorio éticamente inexplorado, y determinó qué reglas serian aplicables. Ella también sondeó las opiniones de un grupo de trabajo sobre la ética de entidades similares a embriones.

Uno de los resultados es un documento que se publicará en eLife, una revista de biología en línea. En él, Lunshof, Aach, Iyer y Church proponen “que los límites a la investigación de estas entidades se basen lo más directamente posible en la génesis de rasgos moralmente relacionados”. (Las “entidades” se llaman SHEEF: entidades humanas sintéticas con características embrionarias). Por ejemplo: ¿Cuán humanos son los organoides cerebrales? ¿Sienten dolor? ¿Cómo puedes saberlo?

Sólo el hecho de que la cosa no pueda convertirse en un bebé no es una razón válida para permitir los experimentos, dijo Lunshof. Ella cree que si las células humanas están altamente organizadas y exhiben “interactividad funcional” -como suministro de sangre en un organoide cerebral- uno debe considerar al menos la posibilidad de que el SHEEF tenga “estado moral”.

Lunshof también inició una discusión de SHEEFs con el comité de supervisión de células madre de Harvard, que llevó a que el pasado noviembre se organizara una reunión en la Facultad de Derecho de Harvard. Allí, Church explicó que es posible conseguir que vasos sanguíneos irriguen organoides cerebrales, lo que “nos permite crear organoides más y más grandes”. Hasta ahora, dijo, “podemos ver hermosas estructuras muy similares al cerebro avanzado [tejido]… Esencialmente la tecnología no tiene límites, por lo que necesitamos centrarnos en la ética y la humanidad” para guiar hasta dónde queremos llegar con la ciencia.

Lo que significa que Lunshof es poco probable que se quede sin “buenas” preguntas.

creado el 4 de Diciembre de 2020