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ETICA Y DERECHO

Conflictos de interés

Los escritores fantasma y la medicina académica. (Ghostwriting and academic medicine)
Jonathan Leo y Jeffrey Lacasse
The Chronicle of Higher Education, 19 de julio 2010
http://chronicle.com/article/GhostwritingAcademic/123613/
Traducido por Salud y Fármacos

Las compañías farmacéuticas tal como demuestra su habilidad para crear medicamentos de grandes ventas son expertas en marketing. Desafortunadamente esto incluye medicamentos como Vioxx (que fue retirado del mercado en 2004), Paxil (cuya utilización en población joven está siendo cuestionada), Fen-phen (el medicamento para perder peso que fue retirado del mercado), Zoloft (que lleva una caja negra en su etiqueta por los efectos secundarios que provoca), Zyprexa (por la que Eli Lilly pagó 500 millones para evitar los juicios), el tratamiento de reemplazo hormonal (que ha sido cuestionado) y Avandia.

La mayoría de estadounidenses conocen la propaganda de medicamentos que se hace a través de la televisión, pero el mayor triunfo de la industria farmacéutica es otro: los manuscritos de los escritores fantasma, es decir los que escribe personal de la industria con la ayuda de sus departamentos de marketing y que después firman los académicos.

La semana pasada, el comité de finanzas del Senado, que ha estado investigando el marketing de Avandia, reveló correos electrónicos internos de GSK sugiriendo que el Dr. Steven M. Haffner, ahora profesor asistente de la escuela de medicina de Baylor, mientras estaba contratado como profesor de medicina en el Health Science Center de la Universidad de Texas-San Antonio (Texas) apareció como autor principal de un artículo escrito por la industria. Baylor está considerando si debe castigarlo.

Hay tantos artículos escritos para revistas científicas por autores fantasma que muchos investigadores dicen que un buen número de ellos son poco más que anuncios comerciales.  Pero sin que lo sepa el público, los profesores de las escuelas de medicina siguen utilizando criterios de autoría que no serían aceptables en ningún departamento de humanidades o en las ciencias sociales. El Senador Charles E. Grassley de Iowa, un republicano, hace poco publicó un informe del Congreso sobre “Los escritores fantasma en la literatura médica”. El informe documenta claramente como la medicina académica no ha hecho mucho para eliminar esta práctica.

Si bien el tema de los escritores fantasma se ha mencionado en la literatura académica, se desconoce su magnitud; pero una búsqueda en Internet permite encontrar ejemplos reveladores.

Por ejemplo, en el 2003, un documento interno de Current Medical Directions (CMD), una compañía que se especializa en el marketing en la educación médica fue publicado en el Internet. El documento incluía una lista de artículos a medio hacer sobre el antidepresivo Zoloft; algunos de los artículos estaban terminados y en el lugar donde debe aparecer el nombre del autor decía que todavía estaba por determinar quién sería el autor.  En otras palabras, algunos artículos se escriben antes de que la compañía identifique el académico que prestará su nombre para firmarlo como autor.

Tal como discutimos en un artículo publicado este año en PLoS Medicine titulado “Ghostwriting in Elite Academic Medical Centers in the United States”, al cruzar los artículos publicados con la lista de CMD descubrimos que algunos de los psiquiatras mas reconocidos en Estados Unidos prestaron sus nombres para artículos escritos por las compañías y no dijeron quién era el autor del artículo. Por ejemplo, un artículo de revisión que gestionó CMD recomendó a Zoloft como el mejor de los antidepresivos, sin mencionar el papel de Pfizer en su publicación.

Otro ejemplo parecido es el del estudio 329. Este ensayo clínico de Paxil en pacientes pediátricos no reveló resultados positivos e identificó problemas. Sin embargo, un artículo escrito por un autor fantasma y gestionado por el departamento de marketing de SmithKline Beecham, informó que en general Paxil era seguro y eficaz.

Dadas las dimensiones del escándalo no nos debe extrañar que haya habido una avalancha de atención periodística hacia el tema de los escritores fantasma. Bloomberg Businessweek, aunque hubiera sido más apropiado que lo hubiera publicado un tabloide, publicó recientemente los documentos del juicio de AstraZeneca en donde se describe como el director médico de Seroquel en EE.UU. – un medicamento contra la esquizofrenia – estaba teniendo relaciones sexuales con un investigador de Seroquel y con un escritor fantasma. Los juicios alegan que estas relaciones comprometieron la información que se diseminó sobre el Seroquel y explican que se ocultaran sus riesgos, como el aumento de peso y la diabetes.

Los medios de comunicación se centran en el profesor que recibe el regalo, una publicación para su curriculum, pero el problema va más allá. Cuando los artículos se publican bajo el nombre de investigadores prominentes que trabajan en organizaciones prestigiosas, se permite que las compañías farmacéuticas engañen al público. Sin embargo, nuestro estudio reveló que la mayoría de centros médicos no tienen ninguna política contra los escritores fantasmas. Solo unos pocos prohíben totalmente esta práctica (las universidades de Stanford, Johns Hopkins e Iowa). Algunas tienen políticas pero no exigen su cumplimiento o son ambiguas respecto a como se han definido las políticas.

Al igual que el Senador Grassley, pensamos que si alguien participa en la redacción de un artículo, debe aparecer como autor. En parte, no estamos proponiendo nada nuevo. Solo sugerimos que la comunidad médica adopte la misma definición de la palabra “autor” que el resto del mundo académico.

Desafortunadamente, varias universidades que están intentando lidiar con el problema de los escritores fantasma parecen ignorar esta solución, que parece muy simple, y adoptan políticas mucho más complejas e innecesarias.  Por ejemplo, cada vez es más frecuente ver los nombres de escritores médicos en la sección de reconocimientos por “su ayuda editorial”. Mientras esto puede sugerir que se trata de un corrector de estilo, lo que en realidad significa es que el escritor médico escribió el artículo. Si nosotros fuéramos la industria farmacéutica esto es exactamente lo que haríamos, pero nos sorprende que la medicina académica acepte esta práctica. Legitimar la práctica reconociendo la “ayuda editorial” del autor no académico del artículo es danzar alrededor de lo que significa la palabra autor, y no es muy diferente de lo que sucede actualmente. Estos nombres no se mencionan en el resumen; ni en las bases de datos de las publicaciones como PubMed, ni en las referencias que posteriormente se hagan de ese artículo, y para placer de las compañías, no se mencionan en los informes de los medios de comunicación.

Algunas universidades han dicho que no necesitan políticas porque consideran que aceptar la autoria de un artículo escrito por otro es equivalente a plagio, algo que ya está prohibido. Pero en muchos casos, como las normas del plagio han estado presentes durante años, esto significa que los centros médicos académicos no se han actualizado y permiten el plagio sin que los que lo cometen sufran las consecuencias. Otras instituciones dicen que esperan que sus profesores no firmen artículos escritos por otros, pero no queda claro si lo prohíben o si es simplemente que no les gusta a los administradores.  Como muchos de los autores de artículos escritos por fantasmas trabajan precisamente en instituciones en donde los administradores no esperan que sus profesores participen en este tipo de actividades, podemos decir que estas políticas son inútiles.

Baylor ha dicho que investigará el caso de Avandia, pero no es nada único. De hecho, quizás representa la forma como se ha producido la literatura sobre ensayos clínicos durante los últimos 10 años. ¿Qué se hace con el resto de la literatura escrita por autores fantasma?

El mensaje que ha dominado la medicina académica durante la última década ha sido “medicina basada en evidencia”. La idea es que la decisión de utilizar cierto tratamiento para un determinado problema se base en la evidencia de lo publicado en las revistas de revisión por pares. Es irónico que una práctica que ha infiltrado toda la literatura de los ensayos clínicos se haya tolerado durante esta época.

Además de los administradores de las universidades, los Institutos Nacionales de Salud (NIH) también pueden limitar esta práctica. Las becas del NIH están financiadas por impuestos y la misión de la agencia es promover la salud pública, por lo que cuesta justificar que sigan apoyando a los investigadores de escuelas de medicina que han firmado artículos escritos por otros.

Esta práctica tiene consecuencias importantes. Muchos de los que fueron medicamentos de grandes ventas hoy son objeto de juicio por los efectos adversos que se habían ocultado y por las tácticas inadecuadas de marketing que se han utilizado. Cabe preguntarse si la comunidad médica hubiera aceptado con el mismo entusiasmo estos productos si los nombres de los autores originales hubieran aparecido como  autores reales de los artículos.

Que aparezcan nombres de autores prestigiosos y de las instituciones para las que trabajan, ambos avalando los resultados del estudio, o que aparezca una lista de empleados de la industria influye en los lectores que quieren formarse una opinión sobre las conclusiones de un artículo. Prohibir esta práctica catalogando como autor a los que han escrito los artículos es simple y puede aplicarse inmediatamente.

Cualquiera que este fuera de la medicina académica se preguntará por qué no se ha hecho. Las escuelas de medicina y el NIH podrían terminar con esta práctica y con el marketing disfrazado de ciencia de un plumazo, y promover el retorno a la medicina basada en evidencia.

modificado el 28 de noviembre de 2013