La corresponsal Katie Palmer relata que, en menos de una década, la telemedicina en EE UU pasó de ser una herramienta de acceso a la atención médica a convertirse en un sofisticado canal de venta de medicamentos, pasando de campañas provocadoras en 2018 a los anuncios de compañías como Hims y Roman (hoy Ro) que invadieron el metro de Nueva York y las calles de San Francisco con formas fálicas y promocionando productos que prometen resolver la disfunción eréctil [1].
En su escrito, Palmer critica como la telemedicina, una estrategia innovadora para facilitar la consulta médica virtual, se transformó en el modelo de negocio centrado en la ¨prescripción¨ de múltiples recetas de entrega inmediata y a domicilio. Palmer menciona como Warby Parker y Harry’s trasladaron la lógica del marketing al ámbito sanitario, convirtiendo las visitas virtuales en una estrategia comercial para la venta de fármacos.
La promoción y venta de múltiples tipos de medicamentos en redes sociales, plataformas de streaming y motores de búsqueda es la constante con la que interactúan los usuarios que quieren bajar de peso, controlar el acné, obtener anticonceptivos o tratar la disfunción eréctil.
Diversos ámbitos digitales promueven permanentemente el consumo de fármacos de toda clase, y la consulta y la asesoría del médico y/o el farmacéutico no son más que un trámite prescindible u opcional. Esta práctica, cada vez más frecuente, desvirtúa por completo el acto de la prescripción desde las necesidades, indicaciones y riesgos individuales, así como el seguimiento de la terapia prescrita, con la consecuente exposición a riesgos de toda índole, desde la estafa hasta complicaciones de salud potencialmente graves.
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