Partes más destacadas del informe
A continuación, traducimos una selección de los párrafos de este informe.
A Sophia, la hija de los Gaynor, le habían diagnosticado atrofia muscular espinal cinco años antes. Desde entonces, los Gaynor habían luchado por financiar la investigación y salvarla. Su organización benéfica, Sophia’s Cure, cubría una parte considerable de los gastos del ensayo clínico.
Habían ayudado a recaudar unos US$2 millones para un programa de Nationwide dirigido por Brian Kaspar, uno de los principales investigadores. Gaynor, un obrero de construcción de Nueva York, había forjado un estrecho vínculo con Kaspar, con quien hablaba frecuentemente por teléfono, a veces hasta altas horas de la noche.
Pero su relación se empezó a deteriorar cuando, con el éxito a la vista, Kaspar se convirtió en copropietario de AveXis, una empresa biotecnológica que había adquirido los derechos de su fármaco para la atrofia muscular espinal. Miles de millones de dólares estaban en juego.
Cuando Zolgensma salió al mercado cinco años después, fue aclamado como un medicamento milagroso. Algunos bebés que recibieron el tratamiento fueron capaces de correr y jugar. Ayudó a reducir en dos tercios las tasas de mortalidad por atrofia muscular espinal en EE UU, que durante mucho tiempo fue la principal causa genética de mortalidad infantil.
Estos avances se produjeron a un precio desorbitado: más de US$2 millones por dosis, lo que convirtió al Zolgensma en el tratamiento de un solo uso más caro de la historia.
¿Cómo es posible que un fármaco que, como muchos otros, recibió fondos iniciales del gobierno de EE UU —es decir, de los contribuyentes estadounidenses—, fué impulsado por la recaudación de fondos de padres desesperados, y, al final, acabara teniendo un precio tan elevado?
La historia de Zolgensma pone al descubierto una realidad desconcertante sobre el desarrollo moderno de fármacos, en el que nuevos tratamientos revolucionarios están disponibles únicamente a un precio fuera del alcance de muchos.
ProPublica rastreó el proceso del Zolgensma desde el laboratorio hasta el mercado, desde los partidarios que lo apoyaron al principio, hasta los asesinos a sueldo que se contrataron al final para justificar su precio sin precedentes.
Descubrimos que los contribuyentes y organizaciones benéficas privadas como Sophia’s Cure subvencionaron gran parte de la ciencia que dio lugar a Zolgensma, proporcionando becas de investigación y abriendo la puerta a créditos fiscales federales y otros beneficios que aceleraron su trayectoria hacia la aprobación.
Sin embargo, ese apoyo se otorgó sin imponer condiciones, ni financieras ni de otro tipo, a las empresas con ánimo de lucro que llevaron el fármaco hasta su comercialización, sobre todo en lo que respecta a los precios.
Una vez que el potencial de Zolgensma quedó claro, sus primeros defensores, como los Gaynors, se quedaron rezagados cuando el sector privado entró en escena. Los principales ejecutivos de AveXis y los inversionistas de capital riesgo ganaron decenas o cientos de millones de dólares cada uno cuando la empresa fue absorbida por la gran empresa farmacéutica, Novartis AG, en 2018.
Los analistas de Wall Street predijeron que el nuevo medicamento estrella de Novartis sería la primera terapia en superar la barrera del millón de dólares por dosis. El coloso suizo elaboró una sofisticada campaña para justificar más del doble de esa cantidad, reclutando a un equipo de respetados académicos, expertos en generar modelos con los datos y estrategas de fijación de precios para ayudar a defender sus argumentos.
“Este fue un caso en el que las organizaciones benéficas y el gobierno hicieron todo lo posible para que este producto se comercializara, y luego simplemente se convirtió en una oportunidad para que un grupo de personas se hicieran con una riqueza generacional transformadora”, dijo James Love, director del grupo de defensa pública, Knowledge Ecology International.
En una declaración a ProPublica, Novartis afirmó que el precio de Zolgensma es un reflejo de los beneficios que aporta a los niños con atrofia muscular espinal y a la sociedad en general.
“Zolgensma tiene un precio coherente, basado en el valor que proporciona a los pacientes, cuidadores y sistemas de salud”, dijo la compañía, añadiendo que el medicamento puede reducir la carga de la atrofia muscular espinal al sustituir las “terapias que se tienen que ir aplicando durante toda la vida, con un solo tratamiento”.
El precio de Zolgensma se convirtió rápidamente en la norma para las terapias génicas. Nueve de ellas cuestan más de US$2 millones. Se prevé que la décima, aprobada en noviembre, cueste unos US$3,8 millones, justo por debajo de la más cara, también aprobada el año pasado, que cuesta US$4,25 millones por dosis.
“Las empresas farmacéuticas cobran cualquier cantidad, lo máximo que puedan conseguir”, afirma David Mitchell, fundador de Patients For Affordable Drugs (Pacientes por Medicamentos Asequibles Ahora). “Y cada vez que el precio de referencia sube, piensan: ‘Bueno, podemos salirnos con la nuestra cobrando más'”.
Los padres de niños con atrofia muscular espinal dicen que sus preocupaciones por los precios palidecen ante la esperanza que ofrecen estas terapias de vanguardia. “Es la vida de un niño”, afirma Hailey Weihs, que luchó con su seguro médico para que su hija recibiera Zolgensma. “Cualquiera querría eso para su propio hijo”.
Los precios de siete cifras del Zolgensma y de otras terapias génicas se suman a la factura creciente de los medicamentos de venta con receta que todos los estadounidenses pagan en forma de primas de seguros cada vez más elevadas, e impuestos para programas públicos como Medicaid.
Los avances como el Zolgensma se presentan a menudo como una ganancia para todos: los pacientes obtienen nuevas terapias que les salvan la vida. Las empresas farmacéuticas y los inversionistas en biotecnología ganan suficiente dinero para incentivar aún más avances.
Pero no todo el mundo sale ganando, señala Gaynor.
Nadie deseaba el éxito de Zolgensma más que él, y nadie entiende mejor lo que ha significado para familias como la suya. Sin embargo, los años que pasó tras el proceso de desarrollo del fármaco le desilusionaron a él y a su familia.
“Aprendí que todo gira en torno al dinero, afirma Gaynor. “No se trata de salvar a la gente”.
Cuando Vincent y Catherine Gaynor iniciaron su vida matrimonial en 2006, tenían una cosa clara: querían tener hijos.
En 2008, durante el embarazo de Catherine, se enteraron de que ambos eran portadores de la atrofia muscular espinal, lo que significaba que había un 25% de probabilidades de que su hijo naciera con este trastorno muscular.
Estaban preocupados, pero se aferraban a la posibilidad de que el bebé naciera sano.
Cuando Sophia nació a finales de febrero de 2009, al principio se maravillaron de su dulce temperamento y sus ojos brillantes y expresivos. Cómo le gustaba que la acurrucaran. Cómo suspiraba después de eructar.
Pero Vincent, que había crecido con hermanos pequeños, no tardó en notar que algo no iba bien. Cuando le cambiaba el pañal, Sophia no levantaba las piernas, las dejaba caer hacia fuera como las de una rana.
Su pediatra les aseguró que Sophia estaba bien. Pero otro médico les sugirió que le hicieran pruebas para descartar atrofia muscular espinal. Mientras esperaban los resultados, la familia fue a un parque de los alrededores y Catherine empujó el carrito de Sophia alrededor de un estanque. “Recuerdo que caminaba detrás de ella con la cámara de video y sabía en mi corazón que ese era el último día en que todos seríamos felices”, relata Vincent.
Tras el diagnóstico de Sophia, Catherine dejó su trabajo de oficina para cuidar de la bebé a tiempo completo. Vincent empezó a devorar estudios e ir a conferencias, desesperado por encontrar una forma de salvar a su hija.
En aquel momento no existían tratamientos para ralentizar o detener la atrofia muscular espinal. A los 4 meses, Sophia necesitaba una máquina que la ayudara a respirar durante la noche. A los 6 meses ya no podía tomar el biberón y necesitaba una sonda de alimentación. Cada vez que perdía fuerza, se volvía más urgente encontrar un tratamiento.
Los Gaynor no tenían mucho dinero ni amigos ricos. Él era instalador de calefacción en el Local 638, de una familia de instaladores de calefacción. Empezaron a recaudar pequeñas cantidades de dinero organizando torneos de golf y fiestas de Zumba. A medida que crecía el volumen de donaciones, fundaron Sophia’s Cure, convirtiéndose en actores importantes en el pequeño mundo de las organizaciones benéficas para la atrofia muscular espinal.
Vincent conoció a Brian Kaspar en una fiesta de cóctel para recaudadores de fondos de alto rendimiento. Kaspar formaba parte del reducido grupo de investigadores más destacados que trabajan para encontrar tratamientos para la atrofia muscular espinal, compitiendo arduamente para obtener reconocimiento y fondos. (Kaspar declinó una solicitud de entrevista de ProPublica y no respondió a las preguntas escritas).
Dado que su fármaco era una terapia génica, las subvenciones públicas y la filantropía privada desempeñaron un papel especialmente importante: tan solo los Institutos Nacionales de Salud destinaron más de US$450 millones a la ciencia relacionada con la atrofia muscular espinal. En ese tiempo, las empresas farmacéuticas abordaban estos tratamientos con más escepticismo, esperaban más para invertir y dejaban que las universidades y los hospitales académicos hicieran el trabajo pesado, afirma Ameet Sarpatwari, profesor adjunto de la Facultad de Medicina de Harvard, dedicado al estudio de la industria farmacéutica.
Según un estudio del que Sarpatwari es coautor, las compañías farmacéuticas patrocinaron solo el 40% de los ensayos clínicos con terapia génica que estaban realizando los estadounidenses en enero de 2019.
“El discurso de la industria es: ‘Estamos haciendo la parte difícil y costosa del desarrollo de fármacos’, y, al menos para las terapias celulares y génicas, la parte más arriesgada en realidad se está realizando en laboratorios públicos o con apoyo federal”, dijo Sarpatwari, tildando a Zolgensma de “ejemplo perfecto” para los hallazgos del estudio.
En el momento de la fiesta de cóctel, Kaspar había convertido las investigaciones iniciales en una prometedora terapia farmacológica que había empezado a probar en animales —la fase previa a un ensayo en humanos—. Gaynor lo recordaba como una persona humilde y casi un clásico cerebrito, encantado de pasar horas al teléfono explicando cómo funcionan las neuronas motoras.
Las organizaciones benéficas más consolidadas que se dedican a la atrofia muscular espinal tendían a invertir sobre seguro, distribuyendo el dinero entre varios programas. Pero Sophia ya tenía unos 18 meses y Gaynor no tenía tiempo para eso. En septiembre de 2010, cuando Sophia’s Cure obtuvo una subvención de US$250.000 del Proyecto Pepsi Refresh, mediante la acumulación de votos en internet, dirigió el dinero al programa de Kaspar. El junio siguiente, la organización benéfica firmó un acuerdo en el que prometía a Kaspar hasta un millón de dólares más, para lo cual había lanzado una campaña para reclutar a 200 personas que recaudaran US$5.000 cada una.
A medida que llegaba el dinero, Gaynor y Kaspar se hicieron muy amigos. Los Gaynor pasaron la noche en casa de Kaspar camino de un evento benéfico anual. Kaspar elaboraba las preguntas y respuestas para el canal de YouTube de Sophia’s Cure desde el comedor de la casa de los Gaynor, y corregía las publicaciones que Vincent escribía para el sitio web de la organización benéfica.
Según Gaynor, a menudo hablaban de que para desarrollar el fármaco se necesitaría mucho más dinero y poder del que podían reunir las distintas organizaciones benéficas de atrofia muscular espinal. Kaspar compartió sus conversaciones con empresas de capital de riesgo e incluso pidió a Gaynor que hablara con un posible inversionista.
Sin embargo, Gaynor afirma que le sorprendió cuando Kaspar le dijo que había entablado relación con una empresa de Dallas llamada BioLife Cell Bank, que se dedicaba a la investigación con células madre.
El director ejecutivo, John Carbona, que por entonces tenía 54 años, había dirigido empresas de dispositivos y equipos médicos, pero carecía de experiencia en el desarrollo de fármacos. En una entrevista, Carbona contó a ProPublica que tomó las riendas de BioLife tras la muerte de su madre, decidido a hacer algo “significativo” para responder a las esperanzas que ella había depositado en él. Después de que los gemelos de un socio nacieran con atrofia muscular espinal, afirmó haberse convencido de que la terapia génica de Kaspar era la solución.
Carbona transformó BioLife en AveXis: “Av” de “virus adeno-asociado serotipo 9”, el impulsor del fármaco de Kaspar; “ve” de “vector”; “X” de “hélice de ADN” (en inglés, DNA helix); e “Is” de “Isis”, la diosa de los niños, la naturaleza y la magia.
Aun así, durante gran parte del año y medio siguiente, el dinero procedente de organizaciones benéficas, y más de US$2,5 millones de los Institutos Nacionales de Salud, siguieron siendo el sustento de Kaspar. A finales de 2012, Sophia’s Cure acordó aportar otros US$550.000 para un ensayo clínico de fase 1. El Hospital infantil de la Fundación Nationwide (Nationwide Children’s Hospital Foundation), filial del hospital, accedió a igualarlo.
En un comunicado de prensa de Nationwide Kaspar destacó a Sophia’s Cure por la magnitud de su apoyo.
“La Fundación Sophia’s Cure ha sido la principal financiadora de este programa, y su increíble inversión en este laboratorio ha acelerado nuestro programa en muchos años”, afirmó.
El protocolo del ensayo requería que la terapia de Kaspar se probara en bebés de hasta 9 meses. Fue una decisión pragmática: la empresa disponía de fondos y capacidad limitados para producir las dosis para la prueba, que serían más pequeñas para los niños que pesaran menos. Además, era probable que los niños más pequeños mostraran los resultados más notables, ya que recibirían el tratamiento antes de que la atrofia muscular espinal infligiera sus peores daños.
Eso dejaba fuera a Sophia, así como a la mayoría de los niños cuyos padres formaban parte de la red de recaudación de fondos de Gaynor.
El sueño de Gaynor de salvar a su hija se había reducido a la determinación de detener el avance de la enfermedad y conservar las fuerzas que le quedaban. Sophia ya no podía mover toda la mano, pero aún podía dar golpecitos con el dedo índice derecho. Podía utilizar un ordenador de lector ocular para manejar pantallas y asistir a la escuela a distancia. Se podía comunicar un poco, parpadeando una vez para decir que sí y dos veces para decir que no.
Según Gaynor, al principio Kaspar había prometido un ensayo clínico para niños mayores. Pero Gaynor sintió que el compromiso de Kaspar flaqueó a medida que sus lazos con AveXis se fortalecían y a medida que su dependencia de la financiación de Sophia’s Cure disminuía.
Carbona llegó a un acuerdo con el hospita infantil Nationwide a finales de 2013, con el que AveXis obtuvo el derecho exclusivo a desarrollar un tratamiento para la atrofia muscular espinal utilizando los inventos del hospital, incluyendo los de Kaspar, a cambio de acciones. Unos meses después, Kaspar firmó un contrato que le otorgaba una participación aún mayor en la empresa. La empresa también consiguió su primer inversionista importante, Paul Manning, de PBM Capital.
Durante este período, según Gaynor, Kaspar empezó a hacer menos llamadas telefónicas y a ponerles al corriente de las novedades con menos frecuencia. La familia del niño que recibió la primera dosis invitó a los Gaynor al Nationwide Children’s para el inicio del ensayo clínico.
Los Gaynor relatan que, tras la incomodidad inicial en la cafetería, Kaspar y Carbona acabaron acercándose y sentándose con ellos. Carbona lo recuerda de otra manera, diciendo que recuerda haber visto a los Gaynors ese día y que el ambiente era amistoso, incluso festivo.
La tensión afloró dos meses después, cuando todos se reunieron en Lancaster, Wisconsin, para la Carrera de Avery, un evento anual para recaudar fondos para la atrofia muscular espinal, en beneficio de Sophia’s Cure.
El evento reunió a docenas de familias de todo el país para participar en una caminata para dar a conocer la enfermedad, una subasta y una carrera de patitos de goma en un arroyo cercano. Al final, los padres plantearon preguntas a Kaspar, Gaynor y Carbona, casi todas ellas eran sobre el ensayo clínico.
En una secuencia de video captada por un documentalista, Catherine Gaynor preguntó sin rodeos si probar el fármaco solo en bebés significaba que la FDA aprobaría el tratamiento solo para los pacientes más jóvenes mientras “todos los demás se quedarían desamparados”.
Kaspar reconoció que esto era posible. Consideró que ampliar el tratamiento a niños mayores era el “segundo paso”, pero dejó claro que Sophia’s Cure tendría que aportar los fondos para las pruebas.
Eso es lo que se financiaría con el dinero recaudado en la Avery’s Race, dijo Vincent Gaynor, añadiendo expresamente que su organización sin ánimo de lucro se centraría en el trabajo que otros querían evitar “porque no iba a hacer que subieran los precios de las acciones”.
Ni Kaspar ni Carbona respondieron a la indirecta. Carbona, señalando que la empresa tenía otras necesidades de financiación, dijo que ampliarían las pruebas cuando tuvieran evidencia de que el fármaco funcionaba.
A principios de 2015, AveXis había recaudado millones de inversionistas biotecnológicos acaudalados y había incorporado a su junta directiva a miembros de varios fondos de capital de riesgo. Su participación sería fundamental para comercializar el fármaco, pagando, por ejemplo, las licencias de la tecnología patentada que fuese necesaria para fabricarlo y administrarlo. También significaba que Zolgensma tenía que hacer algo más que salvar vidas: su promesa tenía que generar ganancias a los inversionistas de AveXis.
Según Carbona, la junta directiva presionó casi de inmediato para que la empresa saliera a bolsa.
“Es decir, todos tienen buenas intenciones, pero están dirigidos por personas que buscan un retorno a la inversión”, afirmó.
A medida que AveXis se acercaba a su salida a bolsa, algunos miembros de la junta se preguntaban si Carbona debía seguir dirigiéndola. Años antes, un antiguo empleador lo había acusado de fraude e incumplimiento de sus obligaciones fiduciarias, por lo que una sentencia judicial lo obligó a pagar US$2,2 millones. Carbona negó haber cometido delito alguno y tras su apelación la sentencia fue parcialmente revocada y reducida, pero el caso dejó daños perdurables. “Me hizo mucho daño”, dijo.
Ese mismo año, la junta directiva sustituyó a Carbona por un nuevo director ejecutivo, Sean P. Nolan, quien tenía un historial de varias décadas trabajando en empresas farmacéuticas y biotecnológicas.
En septiembre, un representante de la empresa ofreció a los Gaynor una reunión con Nolan, diciendo que Kaspar había recalcado cuán importante había sido Sophia’s Cure en el trabajo sobre el fármaco. Los Gaynor viajaron a Manhattan para asistir a la reunión en el bar de un hotel. Explicaron a Nolan sus preocupaciones, entre ellas que los niños mayores no tendrían acceso al fármaco de Kaspar, ya que no se había probado en ellos. Dijeron que Nolan se mostró cordial, pero que nunca hizo nada al respecto. (Nolan no respondió a las preguntas que le envió ProPublica por correo electrónico).
A principios del año siguiente, AveXis salió a bolsa. Nolan lo celebró haciendo sonar la campana de apertura del NASDAQ mientras Kaspar, otros ejecutivos de la empresa, y miembros de la junta directiva, gritaban y aplaudían.
A través de la oferta pública y la posterior venta de acciones se recaudaron cientos de millones de dólares, pero muy poco de ese dinero se destinó a ensayos adicionales con Zolgensma, según concluyó un análisis de KEI (Knowledge Ecology International), el grupo de defensa pública.
Los ensayos con el fármaco fueron pequeños, a menudo con dos docenas de pacientes o menos. Según los cálculos de KEI, basados en la información obtenida a través de solicitudes de la Ley de Libertad de Información, de estudios y de los archivos de la Comisión de Bolsa y Valores, AveXis, y más tarde Novartis, gastaron menos de US$12 millones hasta que se aprobó el fármaco —una cantidad sorprendentemente baja— para demostrar que el tratamiento era seguro y eficaz. (Novartis no respondió a las preguntas de ProPublica sobre los gastos de los ensayos).
KEI descubrió que las empresas gastaron más de diez veces esa cantidad en licencias de propiedad intelectual de terceros. Love, el director, dijo: “no son los ensayos clínicos los que hacen que desarrollar terapias génicas sea más caro de lo que tiene que ser”.
Cuando se hizo la oferta pública de AveXis, los Gaynor habían decidido interrumpir Sophia’s Cure y retirarse de la comunidad de la atrofia muscular espinal. En 2015, Sophia empezó a tener convulsiones cada vez más frecuentes. Tenía 6 años y estaba cada vez más débil. Su atrofia muscular espinal había progresado demasiado como para que el medicamento de Kaspar pudiera ayudarla.
La sensación de fracaso de Vincent era aplastante. En septiembre de 2016, tras años de ira contenida, intentó por última vez que Kaspar y AveXis reconocieran que la organización benéfica y sus donantes habían colaborado en el desarrollo de Zolgensma.
Sophia’s Cure demandó a Kaspar, Carbona, Nolan, AveXis, al Hospital Infantil Nationwide, y al instituto de investigación y fundación con quienes estaba afiliado, por incumplimiento de contrato. Según la demanda, habían empleado el dinero de la organización benéfica para hacer avanzar el tratamiento, pero luego violaron los términos de los acuerdos de donación al no darle crédito ni participación en la propiedad del fármaco, que se encaminaba hacia el éxito. La demanda pedía una indemnización de US$500 millones.
Muchas grandes fundaciones que se centran en enfermedades han puesto en marcha programas de filantropía de riesgo e invierten en empresas y proyectos biotecnológicos, obteniendo regalías y otras contraprestaciones financieras si sus donaciones ayudan a financiar nuevos tratamientos. En los documentos presentados ante el tribunal, la fundación Nationwide Children’s calificó la idea de que la pequeña organización benéfica, Sophia’s Cure, tuviera derecho al fármaco como “simplemente falsa, y ni siquiera plausible”, y AveXis la calificó como “totalmente infundada”.
Carbona se mostró “decepcionado y sorprendido” por la demanda. Nationwide no respondió a las preguntas sobre el asunto.
En noviembre de 2017, a medida que avanzaba el litigio, se publicaron los resultados del ensayo clínico que la organización benéfica ayudó a financiar.
Estos fueron notables. A los 20 meses, los 15 niños que recibieron el tratamiento seguían vivos y ninguno dependía de un respirador artificial para respirar. Once de los 12 niños que recibieron una dosis más alta de la terapia se podían sentar sin ayuda, hablar y recibir alimentación por vía oral. Dos podían caminar solos.
La FDA, basándose en los datos preliminares del ensayo, había designado el Zolgensma como terapia innovadora —una de las tres designaciones especiales que le ayudaron a pasar de los ensayos en humanos a la aprobación regulatoria en cinco años—. Cuando se conocieron los resultados completos de los ensayos, AveXis se convirtió en un objetivo muy atractivo para su adquisición.
En abril de 2018, Novartis se adelantó a otro postor y acordó comprar la empresa por US$8.700 millones.
La venta proporcionó enormes ganancias inesperadas a aquellos con las mayores inversiones en AveXis.
Tan solo Kaspar se llevó más de US$400 millones. Cambió su casa familiar de New Albany (Ohio) por una finca de 4 hectáreas en el condado de San Diego (California), que se había vendido por algo más de US$8 millones. Contaba con una cava de piedra, un picadero y establos.
Nolan, que había dirigido AveXis durante menos de tres años, se llevó más de US$190 millones; según un informe financiero, su paga incluyó un paracaídas dorado por valor de casi US$65 millones. Manning, el primer gran inversionista de la empresa, ganó más de US$315 millones, multiplicando su inversión original por 60 aproximadamente. (Manning no respondió a las llamadas ni a las preguntas por correo electrónico que le hizo ProPublica).
Carbona también ganó un dineral, pero no quiso decir cuánto. Como ya había abandonado la empresa, su pago no se publicó en los archivos de la Comisión de Bolsa y Valores. “No tenía importancia”, dijo sobre el dinero. Las 20 horas diarias que dedicó a AveXis ayudaron a desarrollar un fármaco que salva vidas. “Tuvo un impacto significativo para la humanidad”.
Tras ver cómo los ejecutivos e inversionistas de AveXis ganaban dinero, los Gaynor sufrieron otro doloroso revés. A principios de 2019, un juez de un tribunal de distrito de EE UU en Ohio rechazó la demanda de Sophia’s Cure contra todas las partes, concluyendo que no había habido incumplimiento de contrato.
Su última esperanza de que se reconociera el papel de la organización benéfica en la comercialización de Zolgensma se extinguió.
Una vez que Novartis adquirió AveXis, se dispuso a fijar un precio para su tan esperada terapia génica.
A diferencia de otras naciones, EE UU permite que las empresas cobren lo que quieran por los medicamentos nuevos. Esto a menudo significa que los estadounidenses pagan los precios más altos del mundo, sobre todo durante el período en que solo el fabricante original puede comercializar un medicamento. Las investigaciones de PhRMA (Investigadores y Productores Farmacéuticos de América o Pharmaceutical Research and Manufacturers of America), el grupo comercial de las compañías farmacéuticas, sugieren que la fijación de precios sin restricciones permite que los estadounidenses tengan un acceso más rápido, siempre que las aseguradoras estén dispuestas a pagar: los nuevos medicamentos se suelen comercializar primero en EE UU.
Las deliberaciones de Novartis tuvieron lugar al final de una década en la que los precios de lanzamiento de los medicamentos nuevos habían aumentado exponencialmente, provocando la ira de los grupos de defensa de los pacientes y del Congreso. Según un estudio, el precio medio anual de lanzamiento de un medicamento nuevo pasó de unos US$2.000 en 2008, a unos US$180.000 en 2021.
En parte, el aumento reflejaba que una proporción cada vez mayor de los nuevos fármacos trataban enfermedades raras. Las compañías farmacéuticas han argumentado que estos tratamientos deben costar más porque sus mercados son más reducidos, lo que dificulta la recuperación de los gastos.
También aumentaron los precios de las terapias celulares y génicas. Los tres primeros tratamientos de este tipo se aprobaron en 2017, comercializándose a precios de US$370.000 o más. Luxturna, una terapia génica para un trastorno raro que causa pérdida de visión, cuesta US$425.000 por ojo.
Los expertos de esta industria suponían que Zolgensma costaría más que Luxturna. Pero, ¿cuánto?
El modo en que las empresas farmacéuticas fijan los precios de sus productos es uno de sus secretos más celosamente guardados.
Aparte de su declaración, Novartis no respondió a las preguntas de ProPublica sobre cómo fijó o justificó el precio de Zolgensma. Nos pusimos en contacto con más de tres docenas de personas que trabajaban o asesoraban a la empresa en aquel momento; la mayoría no respondió o se negó a hacer comentarios. Un par de ellos dijeron que estaban sujetos a acuerdos de confidencialidad.
La parte más visible del trabajo de Novartis fue un esfuerzo por poner un valor monetario al grado en que Zolgensma prolongaría y mejoraría la vida de los pacientes con atrofia muscular espinal y los gastos en salud que lograría evitar.
Esta estrategia, conocida como fijación de precios basada en su valor, fue defendida en un principio por las aseguradoras y los defensores de los consumidores, con la esperanza de controlar los precios de los medicamentos. Otros países utilizan evaluaciones económicas para decidir si cubren los medicamentos y a qué precio, y a menudo pagan mucho menos que EE UU por los mismos tratamientos.
Pero las empresas farmacéuticas han aprendido a utilizar estas técnicas para su propio beneficio.
Novartis reunió a expertos del mundo académico y de las principales empresas de consultoría para que colaboraran con su equipo interno de economía de la salud, con el fin de publicar una investigación que enmarcara a Zolgensma como valioso, incluso a su elevado precio.
Uno de los académicos era Daniel Malone, que en aquel entonces era profesor de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Arizona. El público objetivo eran principalmente las aseguradoras, dijo en una entrevista.
“Estamos intentando influir en los miles de comités de farmacia y terapéutica de todo el país que van a analizar esta terapia y a decidir si van a proporcionarla”, dijo.
Por indicación de la empresa, explicó Malone, su modelo comparaba principalmente a Zolgensma con el único tratamiento para la atrofia muscular espinal que había entonces en el mercado, un tratamiento crónico llamado Spinraza. También era caro: costaba US$750.000 el primer año y US$375.000 cada año siguiente, lo que, en una década, supondría más de US$4 millones. (Esto fue algo hipotético; la FDA aprobó Spinraza en diciembre de 2016, de modo que nadie lo ha tomado nunca durante tanto tiempo).
En un artículo del que Malone fue coautor se concluía que Zolgensma, a precios de hasta US$5 millones, era una mejor compra que su rival, ya que aportaba más beneficios terapéuticos a un precio similar.
Los directivos de la empresa propusieron públicamente que el precio de Zolgensma sería multimillonario, basándose en los datos aportados por Malone y otros autores.
“US$4 millones es una cantidad considerable de dinero”, dijo Dave Lennon (entonces presidente de la unidad AveXis de Novartis) a los analistas de Wall Street, en una llamada en noviembre de 2018. Pero “hemos demostrado a través de otros estudios que somos rentables en el rango de US$4 a US$5 millones”.
Ese discurso normalizó “precios que habrían sido inconcebibles hace una generación”, dijo Peter Maybarduk, director de acceso a medicamentos del grupo de defensa del consumidor sin ánimo de lucro, Public Citizen. Tiene un efecto de desensibilización”.
El equipo de expertos de Novartis también ayudó a la empresa a prepararse para la evaluación de Zolgensma que realizaría el Instituto de Revisión Clínica y Económica (ICER o Institute for Clinical and Economic Review), una organización sin ánimo de lucro que evalúa si los medicamentos tienen un precio justo.
A diferencia de los organismos europeos que realizan evaluaciones similares para fijar los precios de los medicamentos para los sistemas nacionales de salud, las recomendaciones del ICER no son vinculantes, pero cada vez tienen más influencia entre los pagadores públicos y privados, cuando tienen que de tomar decisiones de cobertura.
El Dr. Steven D. Pearson, fundador de la organización sin ánimo de lucro, afirmó que, cuando ICER inició su revisión, era consciente de que los inversionistas estaban presionando para obtener una buena cifra.
“Se produjo lo que yo llamaría ‘presión de Wall Street'”, dijo. “Esto sentaría un precedente. Los inversionistas querían ver un precio alto”.
Al principio, parecía que el ICER se resistiría. Su borrador de informe, publicado en diciembre de 2018, dijo que Zolgensma tendría un precio desorbitado de US$2 millones.
Novartis ofreció resistencia. Otro consultor, Louis Garrison, profesor emérito de la Universidad de Washington, hizo comentarios públicos en los que retomó un artículo de una revista patrocinada por AveXis del que había sido coautor. En él se argumentaba que fármacos como Zolgensma, que tratan enfermedades raras y catastróficas, merecían precios más altos, en parte para “incentivar a que sus creadores asumieran riesgos e hicieran inversiones adecuadas”.
Garrison dijo que AveXis revisó el artículo antes de su publicación, pero que él tenía la última palabra sobre su contenido. “Pensé que podía presentar un argumento en el que sí creo, basado en el valor, y que ellos lo acogerían con agrado”, afirmó. Aseguró que no participó directamente en la decisión de la empresa sobre la fijación de precios.
No obstante, el informe final de ICER de abril de 2019 concluyó que Zolgensma tendría que tener un precio inferior a US$900.000 para ser rentable, aunque reconoció que el fármaco aún se estaba probando en bebés que aún no habían mostrado síntomas de atrofia muscular espinal. Si estos bebés también se beneficiaban, el informe sugería que el valor del fármaco podía aumentar.
El 24 de mayo, la FDA aprobó Zolgensma para el tratamiento de niños menores de 2 años con todas las formas de atrofia muscular espinal.
Novartis finalmente reveló el precio de lanzamiento del tratamiento en EE UU: US$2,125 millones, enmarcándolo como un descuento del 50% sobre Spinraza, y lo que la investigación de la empresa mostraba que valía la terapia génica.
La empresa también se embolsó otro beneficio financiado por los contribuyentes: un cupón de la FDA canjeable por la revisión acelerada de otro medicamento. Estos cupones —diseñados para animar a las empresas a invertir en tratamientos pediátricos para enfermedades raras— se pueden vender y suelen costar unos US$100 millones cada uno.
Ese mismo día, ICER publicó una actualización. Los nuevos datos mostraban notables beneficios de Zolgensma para los niños presintomáticos, por lo que el fármaco sería rentable a precios de hasta US$1,9 millones, según un criterio de referencia, y de hasta US$2,1 millones según otro, decía en la actualización.
Pearson reconoció que la escala y el momento del cambio eran inusuales, pero dijo que se debió a los datos, no a presiones externas. “No intentábamos ajustarnos a las expectativas previas de nadie sobre cuál sería la cifra, créanme”, dijo.
Inmediatamente recibió críticas de las aseguradoras.
“Recibí muchas llamadas diciendo: ‘¿Por qué rayos dijo que US$2,1 millones era un precio justo? ¿Cómo es posible? Esto nos va a abrumar'”, recuerda.
En relación con la cobertura periodística del lanzamiento de Zolgensma, los Gaynor escribieron en la página de Facebook de Sophia’s Cure que estaban “entusiasmados” por los niños recién nacidos con atrofia muscular espinal, pero que, con toda seguridad, ayudar a crear el fármaco más caro del mundo no era lo que habían tenido en mente”.
Malone dijo que creía que lo que había impedido a Novartis exigir aún más por Zolgensma era sobre todo la posibilidad de represalias. Había recomendado cobrar la totalidad de los US$5 millones.
“Obviamente, no funcionó”, dijo. “Decidieron no poner ese precio al producto, creo, debido a la oposición política que habrían generado al ser los primeros en salir al mercado con ese precio”.
En los meses posteriores a que Zolgensma llegara al mercado en EE UU, los padres de niños con atrofia muscular espinal a menudo se toparon con la resistencia de las aseguradoras médicas, que se negaban a pagarlo.
Entre finales de 2019 y mediados de 2022, el abogado de Chicago, Eamon Kelly, representó al menos a siete padres que luchaban contra distintos planes de salud en todo el país, ayudándoles a apelar las reclamaciones denegadas o representándoles en las audiencias estatales de Medicaid.
Hailey Weihs acudió a Kelly cuando su aseguradora, un plan de atención que administraba Medicaid en Texas, no quiso pagar por Zolgensma para su pequeña hija Aniya. A medida que la disputa por la cobertura se prolongaba, Aniya desarrolló temblores en la lengua y perdió la capacidad de soportar peso sobre sus piernas.
Kelly ganó el caso, y también todos los demás, pero la espera de cinco meses para que Aniya recibiera el fármaco fue aterradora. “Todos los días los niños con esta enfermedad pierden neuronas motoras”, dijo Weihs. “Cuando las pierden, no pueden recuperarlas”.
Ahora, los programas estatales de Medicaid, y la mayoría de los planes de salud de las empresas, cubren Zolgensma, pero a menudo delimitan qué pacientes pueden acceder a él. Algunos exigen que los médicos obtengan una autorización previa antes de administrar el tratamiento o imponen restricciones que van más allá de lo indicado en la etiqueta del fármaco, como exigir que lo prescriba un especialista en atrofia muscular espinal.
Aunque cada año nacen menos de 300 niños estadounidenses con atrofia muscular espinal, los tratamientos para la enfermedad figuran cada año entre las 20 clases de medicamentos que generan más gastos a Medicaid. Entre 2019 y 2022, Medicaid gastó US$309 millones en 208 facturas de Zolgensma, un promedio de casi US$1,5 millones por factura. (Según la ley federal, Medicaid no paga el precio de lista por los medicamentos, obteniendo reembolsos sustanciales; otros pagadores también negocian descuentos).
En todo el mundo, más de 4.000 niños han recibido tratamiento con Zolgensma, según Novartis. El fármaco superó los US$1.000 millones en ventas anuales durante su segundo año en el mercado. Hasta 2024, la empresa había declarado más de US$6.400 millones en ingresos por las ventas de Zolgensma.
Novartis está trabajando para ampliar el uso del fármaco en niños mayores, en parte buscando la aprobación de una segunda versión del medicamento, administrada mediante inyección medular, para niños con atrofia muscular espinal menos grave.
“Estamos firmes en nuestro compromiso con la comunidad de la atrofia muscular espinal y seguiremos esforzándonos para garantizar que los pacientes con atrofia muscular espinal puedan tener acceso a Zolgensma y beneficiarse de esta terapia génica transformadora que se administra una sola vez”, afirma la empresa en su comunicado.
Aun así, más de cinco años después de que Zolgensma se aprobara en EE UU, el medicamento sigue estando fuera del alcance de los niños de muchos países de medianos y bajos ingresos.
Love, director de KEI, dice que ha oído hablar a familias de países como India y Sudáfrica, donde es difícil conseguir no solo Zolgensma, sino también otros tratamientos para la atrofia muscular espinal disponibles en EE UU.
“Es desesperanzador”, afirma.
Tras dejar a un lado su labor caritativa, los Gaynor volvieron a centrar su energía en Sophia y en sus dos hermanos pequeños, que no padecen atrofia muscular espinal.
Han llevado al clan a Disney World y a las Bahamas a nadar con delfines. La más pequeña, de 8 años, se tumba junto a Sophia en su cama y ve películas con ella.
Sophia, que ahora tiene 15 años, sufrió la hospitalización más larga de su vida a principios de 2024, cuando un virus hizo que su nivel de azúcar en sangre cayera en picado y le provocara frecuentes convulsiones. Estuvo dos semanas sin despertarse. Desde entonces, está más débil y su ánimo se ha apagado.
Sus padres dicen que no piensan en el futuro. “Nos centramos en que sea feliz, en que haya amor a su alrededor”, dice Catherine. “Nos centramos en un día a la vez”.
A los Gaynor les consuela la idea de que, gracias a Sophia’s Cure, su hija ha marcado la diferencia para todos los niños con atrofia muscular espinal que nacieron después de ella. “Es como nuestro premio de consolación”, dice Catherine.
Uno de esos niños resultó ser su primo, el hijo de la hermana de Vincent, al que diagnosticaron atrofia muscular espinal en 2023 y trataron con Zolgensma. Caminó a los 10 meses y ahora corre por todas partes. “Eso me ayudó, en parte, a sentirme mejor con lo que hicimos”, dijo Vincent.
Aún se indigna por el precio del fármaco, que achaca a las enormes ganancias que obtuvieron las personas de AveXis —ahora Novartis.
“Todas esas personas entraron a última hora, una vez que se financió el ensayo y se consiguió el avance”, dijo. “Una vez que nos lo quitaron, todo fue cuestión de codicia”.