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La representación de las mujeres en los ensayos clínicos
Resumido por Boletín Fármacos de: La representación insuficiente de las mujeres en ensayos clínicos perjudica su atención sanitaria, Cordis, 8 de marzo de 2007

¿Quién financia a la OMS?
Traducido y editado por Boletín Fármacos de: Michael Day, Who’s funding WHO?, BMJ 2007;334:338-340.

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La representación de las mujeres en los ensayos clínicos
Resumido por Boletín Fármacos de: La representación insuficiente de las mujeres en ensayos clínicos perjudica su atención sanitaria, Cordis, 8 de marzo de 2007

La representación de las mujeres en las poblaciones de los ensayos clínicos realizados en Europa sigue siendo insuficiente y cada vez son más los indicios de que esa circunstancia perjudica la atención sanitaria que reciben. Durante mucho tiempo, los estudios clínicos sobre enfermedades y trastornos que afectan tanto a hombres como a mujeres se hacían casi exclusivamente con poblaciones de hombres.

Una de las razones era la suposición de que las diferencias entre la salud de los hombres y las mujeres se limitan, a grandes rasgos, a sus órganos reproductivos. Otro motivo de excluir a las mujeres de los ensayos clínicos era proteger a los fetos. No obstante, a finales de la década de los ochenta y a principios de la década de los noventa, la comunidad científica tomó conciencia de que, en realidad, entre hombres y mujeres hay muchas diferencias que explican por qué diversas enfermedades se manifiestan de modo distinto en cada sexo y por qué el organismo reacciona de maneras diferentes.

Algunas de esas diferencias pueden atribuirse a las diferencias sociales que hay entre hombres y mujeres: puesto que desempeñan trabajos distintos y realizan tareas distintas, también se exponen a diferentes factores de riesgo de enfermedad. Hay otras disparidades de tipo biológico que se deben, a su vez, a diferencias genéticas, hormonales y metabólicas.

Los fármacos también actúan de manera distinta en los hombres y las mujeres. El fármaco digoxina se diseñó para beneficiar a quienes padecen insuficiencia cardiaca facilitando el bombeo del corazón. Los ensayos clínicos se realizaron con una población compuesta por hombres en un 80 % y sus resultados indicaron que, si bien este fármaco no prolongaba la vida, sí se hospitalizaba a los pacientes con menos frecuencia. A partir de esto, en las directrices fijadas en Europa y EE.UU. se recomendaba la administración de este medicamento para mejorar la calidad de vida.

Pasados unos años se llevó a cabo un estudio que analizó la evolución de los hombres y las mujeres que tomaron la digoxina. Se descubrió que, si bien los hombres que tomaban digoxina habían experimentado mejoría con respecto al grupo que tomaba el placebo, las mujeres que tomaban digoxina murieron antes que las que tomaban el placebo. Sin embargo, como las mujeres representaban una proporción pequeña del grupo de estudio inicial, este efecto pasó desapercibido. Esa diferencia podría atribuirse a que, mientras que los hombres suelen desarrollar cardiopatías después de sufrir un infarto, las cardiopatías de las mujeres suelen ser causadas por la diabetes o la hipertensión, y estas afecciones pueden afectar al corazón de maneras diversas.

La Dra. Clara Moerman, de la Universidad de Amsterdam, opina que se trata de una cuestión de justicia. Todos los individuos tienen derecho a recibir atención sanitaria de calidad y para eso es necesario hacer investigaciones que contemplen ambos sexos. Si bien es legítimo pretender proteger a los fetos, la Dra. Moerman señala que no todas las mujeres en edad fértil tienen intención de quedar embarazadas de inmediato y que los responsables de los ensayos pueden pedir a las mujeres participantes que tomen anticonceptivos mientras dure el estudio.

En EE.UU., desde 1993, la legislación obliga a que los estudios clínicos financiados por los Institutos Nacionales de Salud (NIH) incluyan en las poblaciones de estudio tanto a hombres como a mujeres, y también a personas de las diversas minorías étnicas. Hace un año se amplió ese requisito, que ahora regula toda la investigación sanitaria financiada por los NIH. En la práctica, estas normas recogen el derecho de todo ciudadano a participar en investigaciones y tanto a recibir los beneficios como a asumir los riesgos que acarrean.

En la UE, por un lado la Comisión está promoviendo el equilibrio entre los sexos en la investigación y, por otro, en el apartado de ética se alude a la Declaración de Helsinki, que manifiesta la necesidad de proteger a quienes participan en las investigaciones. “En este asunto lo que cojea son las cuestiones de justicia y equidad para todos los individuos de la sociedad”, afirma el Dr. Joke Haafkens, también de la Universidad de Amsterdam.

Recientemente los Drs. Moerman y Haafkens encabezaron un estudio financiado por la UE que investigó si los comités de ética en la investigación de cinco Estados miembros de la UE respetaban la igualdad de los sexos a la hora de evaluar los protocolos de ensayos clínicos. Concluyeron que ninguno de los comités estudiados seguían requisitos formales para incluir a expertos en cuestiones de género y sexo en dichos comités. También encontraron que la normativa y los mecanismos que apoyan los procedimientos de evaluación ética no exigen la inclusión equitativa de hombres y mujeres en los estudios; ni se analizan los riesgos y los beneficios específicos para cada sexo que implica la participación en un estudio.

No obstante, no basta con incluir a más mujeres en las investigaciones. Como demuestra el ejemplo de la digoxina, los científicos también tienen que exponer los resultados de forma que se puedan analizar específicamente las diferencias que hay entre hombres y mujeres.

En un trabajo reciente, las investigadoras españolas María Teresa Ruiz Cantero y María Ángeles Pardo destacan que los ensayos clínicos del fármaco Vioxx (rofecoxib) incluían a más mujeres que a hombres. Sin embargo, en el 80 % de los ensayos no se indicaba la eficacia de este fármaco por sexos; tan sólo en un estudio se informaba de los efectos secundarios distinguiendo entre ambos sexos. “Con respecto a esto, cabe destacar que el 78% de los efectos secundarios del Vioxx registrados en España se observaron en mujeres”, apuntan.

Este problema también ocurre en EE.UU. En un estudio reciente se observó que tres cuartas partes de los ensayos cardiovasculares publicados en las principales revistas de esta disciplina no proporcionaban un análisis de sus resultados por sexos, si bien era más frecuente que se proporcionara esta información en ensayos financiados por los NIH que en los demás ensayos.

Para solucionar este problema tendrán que intervenir muchos agentes interesados, entre ellos la UE. “Opinamos que la directiva europea que regula la investigación clínica debería disponer cómo mejorar la igualdad entre sexos en la revisión ética de la investigación clínica, promoviendo la representación equitativa de hombres y mujeres en los comités de ética en la investigación y exigiendo que la evaluación de los protocolos sea más sensible a las necesidades sanitarias específicas de cada sexo y a otras posibles diferencias concretas”, afirman Moerman y Haafkens en su trabajo.

También solicitan una mayor contribución de la EMEA, ya que esta agencia no ha elaborado directrices ni estrategias específicas para cada sexo. “La EMEA debería valerse de su influencia para imponer unas normas que garanticen la seguridad y la efectividad de los medicamentos en mujeres”, señalan.

También deben intervenir las revistas científicas. “El cambio en el NIH y en otras fuentes de financiación para fomentar la investigación sensible a las diferencias entre los sexos no es más que el principio”, dice la Dra. Mary Norine Walsh, de The Care Group, en Indianápolis, que se encuentra entre los autores del estudio estadounidense sobre el corazón. “Se logrará un cambio más generalizado cuando quienes planifican ensayos clínicos grandes incluyan a suficientes mujeres para permitir el análisis de puntos finales predeterminados, y también cuando los editores de las revistas científicas exijan ese análisis sistemáticamente”, sostiene.

Asimismo, hay que concienciar a los médicos sobre estas cuestiones, proceso que debe iniciarse ya en la facultad. Según el Dr. Haafkens, hace poco que las facultades de medicina de los Países Bajos han empezado a hacer hincapié en estas cuestiones en sus cursos. Por último, los propios pacientes tienen también una función que cumplir. “Cuando un médico recomienda determinado tratamiento o determinada prueba a una mujer, ésta debería preguntar si en la investigación se incluyó a mujeres”, indica la
Dra. Hayes.

Nota de los editores: Recomendamos la lectura de la Ventana Abierta “Las mujeres en los tratamientos y las investigaciones clínicas: Entre la autonomía y la protección”, a cargo de Diana Mafia, en el Boletín Fármacos 2006;9(2).

 

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¿Quién financia a la OMS?
Traducido y editado por Boletín Fármacos de: Michael Day, Who’s funding WHO?, BMJ 2007;334:338-340.

Según las guías de la OMS (párrafos 13, 15 y 16), la OMS no debe aceptar dinero de las compañías farmacéuticas y en este artículo Michael Day explora el rigor con el que se cumple esta norma. El párrafo 27 de las guías dice que las contribuciones de empresas deben declararse.

En un correo electrónico que llegó a manos de BMJ parece ser que el Director de salud mental y adiciones, Benedetto Saraceno, en junio de 2006 sugirió que una asociación de pacientes aceptase, en nombre de la OMS, una donación de GlaxoSmithKline (GSK) de US$10.000. GSK rechazó la oferta al enterarse que la OMS registraría a la Asociación Europea para la Enfermedad del Parkinson (AUEP) como patrocinadora y no a GSK.

El Dr. Saraceno necesitaba fondos para publicar un informe sobre la salud mental en países pobres, sabía que el departamento legal de la OMS no aceptaría una donación de la industria y reconocía haber recibido dinero de otras organizaciones profesionales. El Dr. Sarraceno se defendió en un segundo correo electrónico de las acusaciones diciendo que su correo electrónico se había malinterpretado y que quizás él no se había expresado con precisión. Lo que él habría querido indicar era que AUEP era libre de aceptar dinero de diferentes patrocinadores (incluyendo la industria) y podía invertir sus fondos de diferentes formas (incluyendo haciendo una donación a la OMS), y que para que él pudiera aceptar la donación tendría que adherirse a las normas de la OMS. También añadió que durante los 10 años que lleva en la OMS ha intentado romper los lazos que existían con la industria.

Los conflictos entre la división de salud mental y la industria no son nuevos. A mediados de los 1990s, a solicitud de la Asociación Mundial de Psiquiatría, la OMS publicó un documento en el que defendía el uso a largo plazo de benzodiacepinas. Luego los productores de esos medicamentos compraron muchas separatas y una industria donó medio millón de dólares a esta división. Más recientemente, Medawar y Hardon documentaron estos y otros conflictos en un libro [1].

La falta de recursos de la OMS hace que se tenga que recurrir a otras fuentes de financiamiento, y es difícil encontrar a grupos que estén totalmente aislados de la industria. En ocasiones, la industria ha presionado a la OMS para que no publique información que va en contra de sus intereses comerciales.

Un vocero de la OMS defendió al Dr. Saraceno diciendo que ya había aclarado la situación en su segundo correo electrónico.

Nota:
Medawar C, Hardon A. Medicines out of control? Antidepressants and the conspiracy of goodwill. Amsterdam: Aksant Medical Publishers, 2004.

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modificado el 28 de noviembre de 2013