La polifarmacia constituye un reto creciente en el manejo de la hipertensión, sobre todo en adultos mayores en quienes, por lo general, coexisten múltiples comorbilidades. La prescripción de fármacos que aumenten la presión arterial puede anular la eficacia de los antihipertensivos y contribuir a una hipertensión de difícil control.
Se ha documentado [1] que los antiinflamatorios no esteroides y algunos antidepresivos interfieren con el efecto antihipertensivo y aumentan el riesgo de casos resistentes al tratamiento de la hipertensión.
Este fenómeno genera un círculo vicioso porque la prescripción reiterada de medicamentos que elevan la presión arterial lleva a incrementar las dosis o el número de antihipertensivos prescritos, lo que a su vez aumenta aún más el riesgo de interacciones medicamentosas, eventos adversos y baja adherencia de los pacientes a los fármacos indicados.
Frente a este desafío, la desprescripción emerge como una estrategia en la que es clave la identificación y suspensión oportuna de los fármacos innecesarios o dañinos, en lugar de intensificar automáticamente la terapia antihipertensiva.
Para implementar esta estrategia de manera segura se requiere una evaluación clínica exhaustiva, coordinación multidisciplinaria y el apoyo de herramientas como los criterios STOPP/START. Además, es esencial revisar periódicamente la medicación y educar a los pacientes y sus familias.
El control de la presión arterial no depende únicamente de añadir o aumentar la dosificación de los fármacos, sino también de gestionar la farmacoterapia de forma integral, con el objetivo de reducir la carga total de medicamentos y minimizar los riesgos de la polifarmacia para mejorar los resultados en salud. La desprescripción se perfila, así como una “segunda estrategia terapéutica” fundamental en el abordaje de la hipertensión.
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