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Por qué no me voy a vacunar
Aser García Rada
Diario Medico, 19 de octubre de 2009
www.diariomedico.com/2009/10/19/area-profesional/sanidad/por-que-no-me-voy-a-vacunar

No me voy a vacunar contra la gripe A. Lo primero, porque no tengo factores de riesgo. Lo segundo, porque me surgen una serie de inquietudes que quisiera compartir.

Varias encuestas afirman que en torno al 50 por ciento de los médicos no pensamos vacunarnos contra el virus H1N1. Dados los que no se vacunan habitualmente de la gripe estacional (sobre el 80 por ciento), esa proporción me parece escasa. Excluyendo posibles limitaciones o errores metodológicos de esos sondeos, se me ocurren dos opciones para explicarlo: o los médicos mentimos, o hemos sido arrastrados por la paranoia mediática y política de la gripe, posibilidad nada desdeñable, ya que primero somos personas, lo que nos hace igual de vulnerables que los demás al miedo, principal arma de destrucción masiva de la civilización occidental.

Y lo creo así porque nosotros sabemos que la infección por el virus H1N1 es trivial, dicho esto en términos relativos: mientras que hoy ha matado a unas 4.500 personas en el mundo, la malaria, la tuberculosis y el sida se llevan por delante cada año a 1, 1,7 y 2 millones de seres humanos, según la OMS. Dado lo incontestable de esta comparativa, en la escala entre catástrofe sanitaria de proporciones apocalípticas y trivial, nuestra gripe se acerca a lo segundo, mientras que las otras infecciones, por las que hacemos bastante menos ruido, o a cuyo ruido nos hemos acostumbrado, compiten por el podio. Ya dijo la ministra Trinidad Jiménez que "quizás estemos exagerando un poco".

Sea como fuere, los médicos reticentes a la vacunación argumentan tres motivos fundamentalmente: falta de información, escasez de seguridad de la vacuna y ausencia de necesidad sanitaria ante una infección que, probablemente, muchos sí consideran trivial. La falta de información, dadas las circunstancias, no me la explico. Para un profesional sanitario, quiero decir. Pero esa percepción sobre la falta de seguridad me llama la atención, aunque es algo que comparto parcialmente.

No me preocupan los posibles efectos secundarios ni las reacciones adversas de la nueva vacuna porque, aunque resulta imposible descartar a priori excepcionales problemas serios, como con cualquier otro medicamento, doy por hecho que cuando las autoridades sanitarias competentes admiten la vacuna es porque ésta es suficientemente segura. En realidad, es otra perspectiva de la seguridad la que me inquieta.

Retórica y vacunas


Es incontestable el hecho de que la introducción de la vacunación, junto con las medidas de higiene y salud pública, han contribuido a desplazar en el mundo desarrollado a las enfermedades infecciosas de la cabecera de la mortalidad, y así la justificación para muchas vacunas cae por su propio peso. Pero últimamente surgen nuevas vacunas que para que caigan deben añadir al suyo propio el del lastre de una argumentación y retórica que, por lo que veo, se sustenta principalmente en resultados científicos patrocinados de una u otra forma por la empresa farmacéutica correspondiente, lo cual me hace desconfiar.

Es el caso de las vacunas del papilomavirus y del rotavirus, cuya indicación en un país como el nuestro plantea serias dudas, pese a lo cual son recomendadas por algunas de las sociedades científicas más influyentes. Habría que ver qué relación tienen esas sociedades con las citadas empresas, pero ese debate lo podemos dejar para otra ocasión.

Lo que me pregunto es hasta cuándo será razonable seguir introduciendo vacunas en el calendario. Dado que toda cara tiene su envés y siendo el sistema inmunológico un universo casi tan desconocido como el del cerebro, no resulta razonable pensar que podemos introducir infinidad de ellas sin pagar un precio. Sin ir más lejos, la cada vez más consolidada, pese a sus limitaciones, "hipótesis de la higiene", propuesta por David Strachan en 1989, asegura que el menor número de infecciones en los primeros años de vida debido a las mejores condiciones higiénicas, el mayor uso de antibióticos y la extensión de la vacunación pueden estar contribuyendo de forma determinante a la extensión de la pandemia de la alergia. Asimismo, motivos similares podrían estar involucrados en el incremento en los países desarrollados de otras enfermedades de la esfera inmunológica tales como la diabetes, la esclerosis múltiple o la enfermedad inflamatoria intestinal. ¿Es razonable, por tanto, insistir en vacunaciones que no son absolutamente imprescindibles?

A este respecto, la recomendación de las autoridades sanitarias de vacunación de los profesionales sanitarios, a diferencia de la de las personas con factores de riesgo, es política y no obedece al interés de la salud. Ser personal sanitario no es un factor de riesgo. Distintas voces autorizadas, alguna de ellas en este mismo espacio, claman por los "deberes deontológicos" con los pacientes como argumento para promover la vacunación de los médicos, llegando incluso a asegurar que "las direcciones de los centros deben aumentar la presión sobre el personal sanitario para que se inmunice". El autor citado justifica semejante afirmación asegurando que podemos ser vectores de transmisión, obviando que en este punto de la pandemia lo puede ser igualmente nuestra tía, el conductor del autobús o un compañero de trabajo. De hecho, si ser vectores fuera un argumento a tener en cuenta, para evitar la transmisión necesitaríamos alrededor de 6.700 millones de vacunas, algo poco razonable.

Apelando a nuestra responsabilidad, se alude también a una eventual falta de personal "esencial" que podría colapsar el sistema sanitario. Vamos, que por motivos deontológicos los médicos no podemos enfermar. Lo que, todo hay que decirlo, implicaría contratar más personal. O no, ya sabemos. Y eso que, en el peor de los escenarios posibles, sólo podrían estar de baja simultáneamente uno de cada tres médicos, lo que únicamente ocurriría si todos ellos contrajeran la infección a la vez y no de forma más o menos prolongada en el tiempo, como suele ser habitual. Esto me recuerda la campaña a favor de la igualdad de la Comunidad de Madrid en la que, en una entrevista laboral, se le pregunta al candidato varón si tiene pensado quedarse embarazado. ¿Habrá que recomendar, por motivos éticos, a las médicas que en época de gripe no se embaracen? Y, por ejemplo, la ministra y los consejeros de Sanidad, por el hecho de serlo y por requisito moral, ¿tendrían que vacunarse? Es decir, ¿son trabajadores esenciales o podríamos prescindir de ellos durante una semanita? 

 

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modificado el 19 de septiembre de 2017