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La administración Trump, la pandemia y la FDA

Salud y Fármacos
Boletín Fármacos: Agencias Reguladoras y Políticas 2021; 24(2)

Tags: integridad de la ciencia, Casa Blanca, Covid, presión política, Hahn, Azar, DHHS, Gottlieb, hidroxicloroquina, oleandrina, Operation Warp Speed, Marks, NIH, plasma convaleciente

Una FDA bien administrada podría haber liderado la respuesta a la pandemia y guiado al sector privado en el desarrollo de productos que salvan vidas, tomado decisiones rápidas pero cuidadosas sobre la comercialización de nuevos productos, manteniendo su independencia y desoyendo las presiones políticas. Sin embargo, Vanity Fair entrevistó a 30 personas, incluyendo funcionarios de la FDA y personas familiarizadas con el funcionamiento interno de la agencia, revisó docenas de correos electrónicos, mensajes de texto y las agendas de la FDA, y el relato que publicó tras el análisis de esa información, una agencia que se vio bombardeada por las demandas volubles de la Casa Blanca, los sabotajes políticos de su agencia matriz, el Departamento de Salud y Servicios Humanos (DHHS), y un comisionado sin experiencia que no sabía a quién dirigirse. El resultado fue un “fallo catastrófico de liderazgo … y una concatenación de errores”. A continuación, resumimos los puntos más importantes del artículo publicado en Vanity Fair [1].

Stephen Hahn asumió el cargo de Comisionado de la FDA el 17 de diciembre de 2019, poco después de que se detectaran los primeros casos de Covid-19 en Wuhan, China. La FDA tiene un presupuesto de US$5.900 millones y 17.000 empleados, y la experiencia administrativa y política de Hahn era claramente insuficiente para gestionar la agencia, sobre todo en medio de una pandemia. Por otra parte, Alex Azar, el secretario del DHHS y jefe de Hahn, tenía mucho interés en ganarse las simpatías de Trump y en aparecer como protagonista, y era muy hábil para manejar las luchas burocráticas.

Azar intentó controlar a Hahn, lo que limitó su capacidad de emitir comunicados, incluso le impidió que se comunicara directamente con la Casa Blanca, e insistió en que retuviera como jefe de gabinete a Keagan Lenihan, una ex cabildera de McKesson que se había desempeñado como consejera de Azar en DHHS. Lenihan tenía mucha experiencia trabajando con el Congreso, pero a diferencia de los anteriores jefes de personal de la FDA no tenía formación ni en salud pública ni en ciencias. “Terminó siendo una espía”, dijo un alto funcionario de DHHS. “Estaba trabajando para Azar”.

Para el 29 de enero, la Casa Blanca había decidido que Azar lideraría el grupo de trabajo sobre coronavirus en la Casa Blanca, pero él delegó las tareas más rutinarias a su jefe de personal, Brian Harrison. Hahn fue excluido del grupo de trabajo inicial, algo que desconcertó a la comunidad de salud pública, ya que su agencia tenía que aprobar cualquier prueba diagnóstica, tratamiento o profilaxis para Covid-19.

A principios de febrero, Hahn formó un comité ejecutivo dentro de la FDA para responder a la pandemia. La Casa Blanca estaba preocupada porque no se había comunicado con el sector privado para pedirles que presentaran sus solicitudes de comercialización. Hahn y su equipo se apresuraron a compilar una lista de los directores ejecutivos con los que Hahn se tenía que poner en contacto, pero Azar los detuvo. El 10 de febrero, la jefe de personal de Hahn, Lenihan, escribió un correo electrónico a los altos funcionarios de la FDA: “El DHHS no nos permitirá ser proactivos en nuestras comunicaciones con los CEOs, solo reactivos. Teniendo esto en cuenta ¿vale la pena reconsiderar el esfuerzo que estamos haciendo?” Sorprendentemente, Hahn aceptó y se quedó en la retaguardia. Hahn no discutió formalmente las pruebas diagnósticas con ningún representante de la industria hasta el 17 de marzo, cinco semanas después.

Ese mismo 19 de febrero, la FDA se enteró de que los 10 laboratorios que habían intentado utilizar el primer kit de pruebas diagnósticas para Covid-19, diseñado por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, habían detectado fallos. El CDC, seguro de que podría diseñar una prueba diagnóstica excelente, optó por no utilizar una más básica y eficaz que había desarrollado la Organización Mundial de la Salud, pero ahora, una contaminación en el laboratorio había estropeado sus propias pruebas.

Mientras aumentaba la preocupación porque la falta de pruebas diagnósticas generara una verdadera crisis, la administración ponderaba nombrar al predecesor de Hahn, Gottlieb, como asesor principal de la Casa Blanca, para que fungiera como coordinador del grupo de trabajo sobre el coronavirus (La Dra. Deborah Birx finalmente asumió ese papel). Los líderes de la FDA temieron que el mandato de Hahn se terminara antes de empezar, pues Gottlieb podría dirigir la FDA desde la Casa Blanca.

Joe Grogan, entonces asesor de política interna de Trump, instituyó una llamada telefónica diaria a las 7:30 a.m. con Hahn, siete días a la semana, para darle instrucciones y poner a la FDA en pie de guerra. Dentro de la agencia, la presión política se intensificaba, Hahn no lograba proteger al personal de carrera de las exigencias descabelladas de personajes influyentes, y el liderazgo de la agencia se fragmentó.

El 17 de marzo, dos días antes de que Trump anunciara por primera vez el éxito de la hidroxicloroquina, el DHHS y la FDA recibieron una solicitud de Ivanka Trump, quería que el gobierno federal reemplazara las leyes estatales que regulan cómo se entregan los medicamentos de venta con receta. “Quieren que emita una orden diciendo a los estados que no exijan la firma en el momento de entregar los medicamentos de venta con receta y que usen esa orden para cambiar las leyes estatales que lo impidan”, escribió Amin, una abogada de la FDA.

Según un funcionario de la Casa Blanca, la solicitud no estaba relacionada con la entrega de hidroxicloroquina, sino más bien con las medidas de seguridad por el Covid-19: “Durante un periodo en la que la mayoría tenía miedo de salir de casa o no podía arriesgarse a ir a las farmacias para recoger sus medicamentos esenciales”. Aunque la idea no tuvo éxito, estaba claro que la familia que ocupaba la Casa Blanca quería intervenir en las decisiones de la FDA.

El mismo día que la solicitud de Ivanka llegó a los buzones de correo electrónico de los funcionarios de salud, el presidente había hablado con Safra Catz, directora ejecutiva de la empresa de software Oracle. Ella y el cofundador multimillonario de Oracle, Larry Ellison, estaban discutiendo el diseño de una base de datos que acompañase el lanzamiento del medicamento contra la malaria. El sistema permitiría que los médicos lo pudieran recetar automáticamente a los pacientes Covid, escogiéndolo de un menú de acciones, y el gobierno federal cubriría los costos.

El plan de diseñar una base de datos promoviendo la hidroxicloroquina detonó la alarma entre los funcionarios federales. Los fabricantes de medicamentos solo pueden promover sus productos para usos aprobados. (Los médicos pueden usar su discreción para recetar medicamentos a sus pacientes para usos fuera de etiqueta o de indicación). El 21 de marzo, la Dra. Janet Woodcock, líder desde hace mucho tiempo del Centro de Evaluación e Investigación de Medicamentos de la FDA, advirtió a sus colegas por correo electrónico: “Debemos ser muy cuidadosos para que no nos acusen de respaldar el uso fuera de etiqueta. Procesamos a las empresas por eso”.

La FDA estaba debatiendo cómo, o incluso si debía, aprobar la hidroxicloroquina como tratamiento para Covid-19, dados los escasos datos y los riesgos conocidos del fármaco, pero había mucha presión para hacerlo.

El 18 de marzo, hubo una reunión en la Casa Blanca con Trump, su yerno y asesor especial, Jared Kushner, y varios otros altos funcionarios de la Casa Blanca y de salud. Mientras discutían cómo dar luz verde a la hidroxicloroquina como tratamiento para el Covid-19, el secretario de Salud y Servicios Humanos, Alex Azar dijo que podría hacer un cortocircuito en la revisión de la FDA y aprobar unilateralmente el medicamento. Hahn no dijo nada. Fueron el excomisionado de la FDA, el Dr. Scott Gottlieb, y al Dr. Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, quienes defendieron la autoridad de la FDA y argumentaron que aprobar un medicamento sin la revisión de la agencia erosionaría la confianza del público.

Apenas unas horas después de la reunión en la Oficina Oval, del jefe de gabinete de la Casa Blanca creó una dirección electrónica, que aprobaron los abogados de la Casa Blanca, para enviar ofertas y solicitudes de personas importantes (en inglés VIPs) relacionadas con el Covid-19 a la FDA y a otras agencias.

Cualquiera que fuese la intención, ese portal serviría para que llegara al personal de carrera de la FDA todo tipo de proposiciones, colmándolos de trabajo. Por ejemplo, la ex esposa del presidente Trump, Marla Maples, quería impulsar una prueba de anticuerpos de ocho minutos en nombre de un médico de Carolina del Norte. Jill Kelley, conocida por su participación en el escándalo sexual que afectó al director general de la CIA, David Petraeus, trató de adelantar una prueba de saliva de Covid-19. Otras personas que se identificaron como amigos del actual líder republicano de la Cámara, Kevin McCarthy, y del ex presidente republicano de la Cámara, Paul Ryan, propusieron sus proyectos favoritos. Una empresa de ventiladores con vínculos con Ivanka Trump estaba “dispuesta y QUIERE ayudar a producir ventiladores para adultos lo antes posible, pero necesita la asistencia acelerada de FDA”.

Al géiser de solicitudes, a menudo le seguían llamadas telefónicas directamente al personal de carrera. El Dr. Peter Lurie, presidente del Center for Science in the Public Interest y excomisionado asociado de la FDA, calificó la canalización de solicitudes VIP por parte de la Casa Blanca como una “indignante” que permitió a personas importantes o famosas pero “con conocimientos científicos potencialmente limitados distorsionar las prioridades del personal con exceso de trabajo”. Añadió: “Eso significa que la revisión de algún producto potencialmente más merecedor se retrasa porque te ves obligado a lidiar con el último capricho de alguien que tiene el oído del presidente”.

El 19 de marzo, el presidente Trump elogió en una conferencia de prensa los beneficios de la hidroxicloroquina, y dijo que Hahn era “fantástico”, porque había actuado con rapidez recortando la burocracia para que los medicamentos estén disponibles. Hahn dijo “Una cosa importante es ofrecer esperanza… Lo que también es importante es no dar falsas esperanzas”.

Más adelante señaló un punto que repetiría durante los próximos meses: la FDA se basaría rigurosamente en datos para aprobar solo tratamientos seguros y efectivos. En otras palabras, a pesar de la búsqueda frenética de remedios para el Covid-19, no habría puerta trasera para la aprobación de la FDA: cada producto recibiría el mismo escrupuloso examen científico, independientemente de quién lo impulsara.

El 27 de marzo, la FDA emitió una autorización para uso de emergencia de la hidroxicloroquina para tratar el Covid-19, pero con una restricción importante: solo se podría usar en pacientes hospitalizados o en un ensayo clínico controlado. No obstante, los principales funcionarios de salud de Trump, incluido Hahn, respaldaron un plan que ampliaba mucho su utilización: “inundar a los estados de Nueva York y Nueva Jersey con tratamientos”. Los correos electrónicos indican que Hahn también había dado luz verde a la distribución masiva de hidroxicloroquina a través de las farmacias.

Al día siguiente, Hahn incluso se acercó a un oscuro médico de familia, el Dr. Vladimir Zelenko, en Monroe, Nueva York, que se había convertido en un favorito de la Casa Blanca por afirmar que había tenido mucho éxito tratando a sus pacientes de Covid con el medicamento contra la malaria. Hahn, aparentemente bajo órdenes de la Casa Blanca preguntó a Zelenko como lo podía ayudar.

Incluso cuando llegaron los datos de ensayos clínicos realizados en todo el mundo, mostrando que el medicamento contra la malaria empeoraba los resultados de los pacientes con Covid y aumentaba su riesgo de eventos cardíacos, el presidente y su asesor comercial Peter Navarro seguían defendiendo a la hidroxicloroquina. La oficina de Peter Navarro escribió un tratado de 24 páginas titulado (todo en mayúsculas) “HIDROXICLOROQUINA VERSUS EL VIRUS DE CHINA Y LOS ALTOS COSTOS DE LA HIDROXI HISTERIA” (“HYDROXYCHLOROQUINE VERSUS THE CHINA VIRUS AND THE HIGH COSTS OF HYDROXY HYSTERIA”)

El 29 de abril, el Dr. Marks, fue a la Casa Blanca para proponer el desarrollo vertiginoso de una vacuna Covid-19. Marks, un hematólogo-oncólogo brillante pero difícil que dirige el Centro de Evaluación e Investigación Biológica de la FDA, había imaginado una gran alianza entre el gobierno federal y las compañías farmacéuticas privadas para desarrollar una serie candidatas a vacunas simultáneamente, y propuso el nombre de Operation Warp Speed. Deborah Brix le interrogó de forma agresiva, Hahn no defendió a Marks, pero Seema Verma, administradora de los Centros de Servicios de Medicare y Medicaid, sí lo hizo y Hahn se lo agradeció.

Aunque Marks salió conmocionado de la reunión, su idea fue un éxito. La Operación Warp Speed pronto se puso en marcha, un vasto y secreto programa de US$15.000 millones administrado conjuntamente por los departamentos de Defensa y el DHHS, con una estructura de gestión que parecía destinada a generar victorias políticas, y no solo farmacéuticas. Jared Kushner y Adam Boehler, que trabajaba con él en la respuesta a la pandemia, estaban entre los cinco miembros de un comité de coordinación que supervisaría el esfuerzo.

El 15 de junio, la FDA revocó su autorización de uso en emergencia para la hidroxicloroquina. Navarro enfureció y en una reunión del grupo de trabajo de la Casa Blanca, amenazó a Hahn y a su agencia; la discusión fue tan fuerte que el jefe de gabinete del vicepresidente, Marc Short, tuvo que intervenir para proteger a Hahn y separar a los dos hombres.

Mientras tanto, Trump quería comercializar un milagro, y la avalancha de tratamientos panacea seguía abrumando a la FDA. Una de esas historias involucró un producto llamado oleandrina, un extracto de un arbusto venenoso. El 21 de marzo, seis funcionarios de la FDA intercambiaron correos electrónicos sobre una empresa, Phoenix Biotechnology, que estaba presionando para que se aprobara la oleandrina como tratamiento para el Covid-19. Mike Lindell, un ex adicto a la cocaína crack, donante y seguidor fanático de Trump, estaba en el directorio de la compañía. Los funcionarios no creían en la eficacia de ese tratamiento, y al día siguiente, uno de ellos envió la solicitud a otro grupo de la FDA y escribió: “No quiero molestarlo con esto, pero la empresa (que afirma tener un medicamento que se utilizó para tratar con éxito a un niño en México) ha hecho varios contactos políticos y sugiere que el presidente de México se comunique con nuestro presidente sobre el medicamento”.

Cuatro meses después, en julio, mientras la FDA evaluaba la oleandrina, el voluble director de Phoenix Biotechnology, Andrew Whitney, acudió a la Oficina Oval acompañado por el secretario de vivienda y desarrollo urbano, Dr. Ben Carson, y por Lindell. Fueron para discutir los prometedores resultados de los ensayos que se habían hecho en la Universidad de Texas. Whitney dijo: “El trabajo del presidente Trump es encontrar una solución a los problemas que aquejan al país…. Su trabajo es no dejar piedra sin remover. El secretario Carson vio los datos y habló con los profesionales. Así es como terminamos frente al presidente”.

Poco después de esa reunión, la FDA envió a un inspector a una empresa de Houston, Texas, llamada HealthQuilt, cuya presidenta, la Dra. Kimberly Dunn, había utilizado extracto de oleandrina, suministrado por Phoenix Biotechnology, en 81 pacientes. Allí, el inspector hizo un descubrimiento alarmante. Los pacientes, provenientes de un hogar de ancianos y una planta empacadora de carne donde el médico atendía a los pacientes, no habían dado su consentimiento para recibir el tratamiento. HealthQuilt tampoco había obtenido el permiso de la FDA para realizar el estudio. Estos lapsos, que aparecen en el registro de inspección 483 de la FDA, describen el espectro de violaciones a los derechos de los sujetos humanos, dijo un funcionario de la FDA familiarizado con el caso. La FDA desaconsejó enfáticamente el uso de cualquier producto con oleandrina … y advirtió a [Phoenix Biotechnology] que detuviera la venta de este medicamento no aprobado que según la empresa mitiga, previene, trata, diagnostica o cura enfermedades graves y / o condiciones que amenazan la vida, como el Covid-19.

Los funcionarios de la FDA tuvieron que dedicar tiempo a responder a muchas ideas locas que no pasaron por un proceso de evaluación sólido.

En junio, John Wagner empezó a trabajar como comisionado asociado de asuntos externos en la FDA, formaba parte del plan de la Casa Blanca para controlar los mensajes sobre Covid-19 que emitieran las agencias de salud pública de la nación. Tenía poca experiencia en ciencia o en salud pública. Reportaba a Michael R. Caputo, quien en abril se convirtió en subsecretario de asuntos públicos del DHHS. Los dos hombres habían trabajado juntos anteriormente en la campaña de Trump de 2016, dijo Wagner. El 28 de julio, Wagner tuvo un ataque cardiaco y el 17 de agosto, Emily Miller, también instalada por la Casa Blanca, llegaría a la FDA para dirigir la Oficina de Comunicación Pública. Anteriormente había trabajado como corresponsal en una red de noticias de extrema derecha, One America News. Y era autora de un libro, Emily obtiene su arma: pero Obama quiere tomar la tuya.

El dúo de extrema derecha Wagner y Miller no encajaba bien en una agencia científica que luchaba por comunicarse durante una pandemia mortal. “Wagner no entendía los problemas más simples de atención médica”, dijo un funcionario del HHS. Miller era “frívola, desorganizada”, dijo el funcionario, e interactuó con sus colegas a un “nivel de escuela secundaria”.

La mañana del 22 de agosto, el presidente criticó públicamente a la FDA. “El estado profundo, o quien sea, en la FDA está dificultando mucho que las compañías farmacéuticas logren que las personas prueben las vacunas y las terapias”, tuiteó el presidente. “Obviamente, esperan retrasar la respuesta hasta después del 3 de noviembre”. Esa tarde, desde su casa de vacaciones en Colorado, Hahn llamó al presidente para decirle que se estaba preparando una aprobación.

La cuestión de aprobar el plasma de convaleciente provocó un conflicto entre la FDA y los Institutos Nacionales de Salud, cuyo director, el Dr. Francis Collins, consideró que los datos eran inadecuados, y un investigador de la clínica Mayo lo describió en un correo electrónico a Marks, director del Centro de Evaluación e Investigación Biológica de la FDA como una “guerra de rango”. Los aliados de Jared Kushner (esposo de Ivanka Trump), incluyendo su ex compañero de habitación en la universidad Adam Boehler, quien había estado ayudando con la respuesta a la pandemia, presionaron a la FDA para que anunciara la aprobación, y propusieron que se programara para la Convención Nacional Republicana que empezaba el 24 de agosto.

El domingo 23 de agosto, Hahn se unió al presidente Trump y Azar en una conferencia de prensa en la Casa Blanca para anunciar la autorización para uso en emergencia del plasma de convaleciente para tratar el Covid-19. Después de que Trump promocionara el “avance histórico”, primero Azar y luego Hahn declararon que el tratamiento había demostrado reducir la mortalidad en un 35%. Hahn luego lo repitió: “Lo que eso significa es que, si los datos continúan teniendo éxito, de 100 personas que están enfermas con Covid-19, 35 se salvarían gracias a la administración de plasma”.

Estos comentarios, tremendamente incorrectos, sorprendieron a algunos funcionarios de la FDA. Hahn interpretó mal los datos retrospectivos que habían recopilado investigadores de la Clínica Mayo en Rochester, Minnesota, no se había hecho ningún ensayo clínico. Había confundido una reducción relativa de la muerte con un aumento absoluto de la supervivencia, lo que hacía que el tratamiento con plasma pareciera un milagro. La agencia había realizado un trabajo extenso para reprimir las afirmaciones fraudulentas del éxito de los tratamientos para el Covid-19 durante la pandemia. Y ahora el propio comisionado estaba dando mala información. La indignación en la comunidad médica fue casi instantánea. El Dr. Eric Topol, un destacado cardiólogo que dirige el Instituto Traslacional de Investigación Scripps en La Jolla, dijo que las declaraciones de Hahn fueron “negligencia estadística”, “No se pueden hacer afirmaciones sobre la supervivencia basándose en un dragado de datos retrospectivos”. Topol y otros pidieron a Hahn que se retractara o renunciara.

Al día siguiente Hahn se disculpó públicamente, provocando la furia de la Casa Blanca. “Estaban muy molestos y enojados conmigo”, confirmó Hahn. “En algunos sectores disculparse es una debilidad. En medicina es una fortaleza. En mi opinión, eso es lo que hacen los líderes”.

A la semana, Hahn había relevado a Wagner y Miller de sus responsabilidades, dando a entender que estaba recuperando su agencia, deshaciéndose de los infiltrados de la Casa Blanca. Pero eso era solo parcialmente cierto. Miller y Wagner, aunque evidentemente no estaban calificados, fueron el chivo expiatorio.

El desastre que se produjo en la conferencia de prensa de la Casa Blanca fue bastante grave. Pero se interpretó como el preludio de algo mucho más importante: la próxima vacuna Covid-19. ¿La FDA capitularía ante el presidente Trump y aprobaría una vacuna antes de las elecciones presidenciales, posiblemente antes de demostrar que es segura?

El 31 de agosto, Topol, en una carta abierta a Hahn publicada en la revista Medscape, tildó a Hahn de “subordinado a los caprichos del presidente Trump” y escribió: “Díganos … que, bajo ninguna circunstancia, autorizará una aprobación de la vacuna SARS-CoV-2 antes de que se hayan concluido los ensayos de Fase 3. De lo contrario, debe renunciar”.

Mientras tanto, la crisis dentro de la FDA se agrandaba. El 10 de septiembre, ocho altos funcionarios de carrera de la agencia, que dirigían centros científicos, publicaron un artículo de opinión en USA Today, reclamando su independencia y reafirmando que la ciencia guiaba sus decisiones. “Si la credibilidad de la agencia se pierde debido a una interferencia real o percibida”, escribieron, “la gente no confiará en las advertencias de seguridad de la FDA”.

Hahn se vio obligado a tomar partido. Finalmente, se unió a los funcionarios de carrera de la agencia en su llamado para analizar conscientemente las vacunas, independientemente de las consecuencias políticas. El 21 de septiembre, la FDA envió a la Oficina de Administración y Presupuesto de la Casa Blanca una nueva guía de vacunas, pidiendo a las empresas que los desarrollaban que monitoreasen a los pacientes inscritos en sus ensayos clínicos durante dos meses después de recibir su última dosis. Eso atrasaría la aprobación de cualquier vacuna más allá de las elecciones de noviembre.

Dentro de la Casa Blanca, Azar trabajó para que despidieran a Hahn. La Oficina de Administración y Presupuesto se negó a aprobar la nueva guía de la FDA. La FDA desafió a la Casa Blanca y el 22 de octubre publicó la guía, como parte de un documento informativo para una reunión pública del comité asesor de vacunas. En cuestión de horas, la Casa Blanca se dobló y aprobó la nueva guía de la FDA, pero no antes de que Trump disparara contra su desobediente comisionado de la FDA. “Las nuevas reglas de la FDA hacen que sea más difícil para ellos acelerar la aprobación de las vacunas antes de las elecciones”, tuiteó ese día. “¡Solo otro trabajo político exitoso! @SteveFDA”.

El 8 de diciembre, la Casa Blanca organizó una cumbre sobre vacunas, para darle una victoria al presidente después de que hubiera perdido las elecciones y de que el regulador de medicamentos de Gran Bretaña hubiera sido más rápido que la FDA en aprobar la vacuna Covid-19 de Pfizer. Hahn fue invitado y se esperaba que fuera, pero eludió la invitación y envió a Keagan Lenihan, su jefe de personal. Los organizadores de la cumbre estaban furiosos por la ausencia de Hahn, dijo un funcionario del DHHS. Pero parecía que el comisionado finalmente había aprendido la lección: podía estar al lado de Trump o apoyar a su agencia.

Hahn describió su tiempo en la agencia como una guerra. Hubo un trabajo incesante y una “tonelada de mensajes de entrada”, incluida la cuenta de Twitter del presidente, que solo sirvió para poner más ansioso a un personal exhausto. Mientras la FDA quería preservar la confianza del público siguiendo un sistema de revisión bien perfeccionado, la administración “equiparó el proceso con la burocracia”. También, con frecuencia, se encontró navegando en un campo minado de mentiras motivadas políticamente.

En un comunicado, un portavoz de la FDA dijo: “Desde el primer día de la pandemia de Covid-19, la flexibilidad, el alcance y las revisiones exhaustivas pero rápidas de la FDA contribuyeron significativamente a un año de logros científicos sin precedentes. El trabajo ininterrumpido de la agencia para garantizar el desarrollo y la disponibilidad de las pruebas, los tratamientos y las vacunas de Covid-19 se ha guiado constantemente por los mejores datos científicos disponibles y ha sido realizado por expertos profesionales que tenían la urgencia de la emergencia de salud pública en mente”.

Referencia
Eban K. “A Tsunami of Randoms”: How Trump’s Covid Chaos Drowned the FDA in Junk Science. Vanity Fair, January 19, 2021 https://www.vanityfair.com/news/2021/01/how-trumps-covid-chaos-drowned-the-fda-in-junk-science

creado el 13 de Junio de 2021